En medio de las ultramodernas oficinas londinenses de Lloyd’s (que funciona como una especie de «bolsa» de seguros) encuentras la «Lutine Bell». La campana, una pieza clásica, surge como una anacrónica aparición, en medio del imponente edificio y de la ajetreada acción. Habla de tradición e impone respeto. Su origen data de finales de siglo XVIII, cuando el barco HMS Lutine se hundió con un único superviviente y con todo su cargamento, de gran valor, perdido. Sólo pudo rescatarse la campana. Trasladada entonces a su presente ubicación el mercado del centro de Londres, suena exclusivamente cuando se produce una importante catástrofe. La visita (habitualmente limitada al público general) concluye con un aviso al neófito: su sonido es el de la responsabilidad. Ahora es cuando nos toca actuar.

Nuestra campana como país ha sonado, a consecuencia de la crisis del coronavirus. Atravesamos el ojo del huracán de la parte sanitaria del cataclismo. Y, sin solución de continuidad, nos encontraremos con la vertiente económica de la crisis y las medidas de contención. Aquí, nuestra aseguradora se llama Estado. Para eso hemos estado pagando puntualmente nuestras primas.

Esas «primas» son el grueso del origen de los ingresos estatales, que después gastamos conforme a los presupuestos aprobados en el Congreso. Ocurre que quizás infravaloramos el impacto del coronavirus en la sociedad. Y como consecuencia, en la producción de esos ingresos. En España, hemos comido diariamente con cifras de miles de muertos, que significan familias enteras afectadas. Ciudades enteras se han cerrado por completo, y viven una apertura gradual que, en no pocas ocasiones, genera más incertidumbres que seguridades. Es imposible que no deje una tremenda huella, como bien avisaba esta semana Hernández de Cos, gobernador del Banco de España.

Un efecto inmediato (y calculable) es que el coronavirus ha drenado el bolsillo de miles de empresa y millones de personas, sometidas al estrés financiero de un largo período de gastos sin capacidad (o mermada) de generación de ingresos. Será imposible que afronten ahora mismo sobre sus espaldas el peso de la reconstrucción económica. Sus «primas» se pagarán, pero inevitablemente decrecerán. Pensar de otro modo es irresponsable desde el punto de vista político. Con una tasa altísima de desempleo, menos liquidez y un consumo interno disminuido y sin confianza (retraído además por el miedo inoculado desde el gobierno), ¿quién pagará la cuenta?

España deberá financiar. Mucho. Sólo el gasto en desempleo y ayudas elevará tremendamente la factura. Pero para eso tenemos el «seguro». Deberá recurrir a financiación de la forma más barata y con mayor plazo posible. Y eso sólo lo encontraremos en Europa (esta semana el Banco Central Europeo ya controlaba el 35% de la deuda del país), fiel aliado.

Pero es imposible que no exista condicionalidad. Aquí, de nuevo, tratarán de vendernos que se trata de «recortes». Lo cual por cierto carece de sentido. ¿Realmente creen que la Unión y el BCE no saben que España necesita dinero precisamente para políticas sociales? Para eso prestan, por lo que nos solicitarán ajustes.

Es algo que debiéramos asumir sin necesidad de que aquellos que nos sustentan lo demanden. La elevación del gasto público tiene todo el sentido en la prestación asistencial (desempleo, familias de menor recursos, sistema sanitario) pero debe implicar la urgente reducción en otras partidas (acción decisiva sobre todo el gasto político y duplicidades administrativas).

España necesita inversión directa e incentivación de actividades para los creadores de empleo, empresas y autónomos. Requiere de políticas específicas de liquidez condicionada a sectores claves, según además sean intensivos en capital humano (justo lo contrario del socorrido «café para todos»).

Se trata de minorar y atemperar el impacto en el empleo, que al mismo tiempo lo tiene en el consumo y reduce la capacidad de recaudación (no, «consumo» no es como piensa Garzón unas vacaciones. Es, sobre todo, compra de viviendas, cesta de la compra, gastos escolares, etc).

Tendremos que subir impuestos al consumo y en tramos de mayor capacidad en renta y eliminar ciertas bonificaciones en sociedades, junto a flexibilización para empresas con menores recursos en seguros sociales y deudas tributarias. Sí, nos toca a todos, porque ha sonado la campana. Desafortunadamente, para algunos siempre es tiempo de hacer política. En minúscula.

*Abogado. Especialista en finanzas.