El vicepresidente del Gobierno Rodrigo Rato ha vuelto a demostrar que tiene oficio. Reconoce que el objetivo casi sagrado del déficit público cero va para más largo de lo previsto, y afirma que se debe a que el ciclo económico lo impone y, a la vez, a que las autonomías gastan demasiado. Las dos aseveraciones son ciertas y clarificadoras a dos semanas del cierre del ejercicio contable del 2002. Pero las causas son discutibles. Los gobiernos autónomos estiran más el brazo que la manga en sus gastos a sabiendas de que al final el Estado deberá asumir la deuda que no puedan afrontar. Rato tiene razón al advertir que esas prácticas deben acabarse, aunque le pueden contestar que, quien gasta de más, también lo hace porque no recibe lo suficiente para prestar los servicios traspasados.

La estabilidad presupuestaria es un buen principio de gobierno y una exigencia para los países que como España participan del euro. Mantenerla como doctrina única ante hechos como el desastre del Prestige , que ha suscitado un gran clamor por la falta de recursos --estatales y autonómicos-- es inadecuado. La ciudadanía sólo valorará las cuentas equilibradas si el gasto público es el adecuado.