Han pasado más de dos semanas desde que regresamos del campo de refugiados de Filippiada. Durante nuestra estancia allí fueron muchas las situaciones indignas que pudimos ver y que pudimos vivir. La lista es tan larga que en el futuro se escribirán libros para describir toda esta situación, libros que nos harán avergonzar.

Qué memoria histórica tan tristemente corta. Podríamos hablar de lo que los refugiados han tenido que soportar para llegar hasta allí, de las condiciones de vida y de las flagrantes violaciones de la Carta de los Derechos Humanos que sufren. Varias generaciones sin futuro por falta de seguridad, de atención sanitaria, de enseñanza o capacitación para niños y jóvenes, por la privación de poder trabajar.

Miles de voluntarios que van y vienen intentan mitigar las carencias comentadas con mucha buena voluntad pero poco apoyo de quien realmente puede cambiar las cosas: los gobiernos europeos.

La solución solo puede ser política. Es hora de actuar, de desobedecer legislaciones que no sirven a las personas y ser realmente tierra de acogida. Estamos hablando de seres humanos que solo quieren una oportunidad de sobrevivir y ya han aceptado hacerlo lejos de sus casas, que han sido destruidas por nuestras armas.