Pierdo la cuenta de los rescates que hemos vivido ya, un concepto que no nos da tiempo a asimilar bien porque antes de hacerlo, ya tenemos otro encima. Esta vez, el de las autopistas. La insultante operación, que ha pasado prácticamente inadvertida, costará unos 5.500 millones de euros de dinero público. Ministros y políticos han salido, eso sí, a asegurar que quizás sean unos cientos de miles de euros menos. Nos dejan más tranquilos.

A estas alturas no sería yo capaz de hacer balance del dinero que se ha utilizado para esos rescates, es decir, para llenar agujeros que han creado otros, los de arriba. Una mala gestión empresarial, la corrupción de unos cuantos o su sinvergonzonería. La cosa es que cuando llega el desastre, los altavoces mediáticos repiten que no podemos dejar caer a los grandes, a esos de arriba, porque es también responsabilidad de los de abajo. Y, al final, se tira del dinero de todos. Nos atemorizan con el efecto dominó que se desencadenaría y que provocaría un escenario peor para “el conjunto de la sociedad”.

¿EN SERIO? Que se lo digan a Andrés Rodrigo, 45 años y tres en paro, que no podrá comprar regalos a sus hijos por terceras navidades. O a Lucía García y José Romero, de 36 y 38 años, los dos en paro y una mesa sin turrón ni esperanza. O a Roberto Baeza, de 59, cinco años sin trabajar y sin ganas de fiestas porque en cada esquina le acecha el rechazo. O a Manuela Martín, de 32, que ha tenido que volver a casa de sus padres después de años de independencia. O a Andrea Ruiz, de 22, que pasará la Nochebuena, y la vieja, trabajando en el extranjero. O a María Belmonte, de 67 con pensión mínima y nadie con quien celebrar las fiestas. O a Juan Álvarez que vive desde hace un año en la calle. O a millones de españoles con nombres y apellidos reales y dramas como estos o peores: sin luz, sin tiempo ni ganas para entender, sin un trabajo ni un futuro digno al que agarrarse.

En España, un 28,6% de españoles está en riesgo de pobreza, la tasa entre las personas en paro (unos 3,8 millones de personas) alcanza el 44,8% y la pobreza infantil afecta a casi dos millones y medio de niños. Pero, ¿qué hacer? Rescatar a las personas no es posible. ¡Qué demagogia! ¿Hablamos, acaso, de nuevas ayudas, de subvenciones? ¿A qué, al desempleo, a los dependientes, a la vida contemplativa? “¡Locura!”, dirán. Y repetirán que eso sólo lleva a crear chupópteros y delincuentes. Y no, oiga, que para parásitos y ladrones ya tenemos a los de arriba.

* Periodista