Cuando escribo esto, estoy mirando por la ventana el campo lleno de flores amarillas.

A lo lejos hay algunas palmeras, y vacas coloradas, y hay golondrinas que vuelan raudas y tempranas hacia el nido que hace años construyeron ellas mismas o sus progenitores, no lo sé. Canta la abubilla, y se escucha el canto de las tórtolas.

La primavera, ya se siente, antes de tiempo, sí, por aquello del cambio climático, por lo visto. Pero dónde vivo, que es pegado a los encinares, paredaño a la dehesa, vivo casi el bucólico ambiente de la naturaleza.

Anoche me dormí mirando las estrellas, con el universo nocturno en mi ventana, y pensaba yo, a mis años, en la posibilidad de un platillo volante alucinando mi vista, antes de que el sueño me invadiera.

Pensaba yo, de lo alejado que estaba ese ambiente tranquilo, sedante, y puro, de lo que pasa en el mundo, con tanta descalabradura de cosas trágicas, de políticas desacordadas, de corrupciones que apestan a pescado podrido, de violencias de todo género, de noticias que desestabilizan el ánimo.

Me doy cuenta que la vida está parcheada de obstáculos, y el foso está al final, y que por eso, debemos, creo yo, mientras podamos, pararnos y mirar, para encontrarnos con nosotros, lo que somos, lo que fuimos, y olvidar a ratos todo lo malo.