Algo se movió en la economía, aunque sea levemente, después del ciclo desastroso marzo-junio provocado por la pandemia. Los datos de creación de empleo en julio, los mejores para este mes desde 1997, y el aumento de afiliados a la Seguridad Social son un indicio al que hay que unir los más de dos millones de trabajadores que han dejado de estar sujetos a un erte -quedan 1,18 millones-, un dato que no se contabiliza en el seguimiento estadístico de la evolución del paro. A nadie puede tranquilizar que 3,7 millones de personas figuren inscritas en las oficinas de empleo, con especial afectación entre las mujeres y los jóvenes, pero algo es posible que empiece a cambiar. No hay duda de que las cifras de julio acumulan la firma de contratos, singularmente en el sector servicios, que en ejercicios anteriores se han repartido entre varios meses y que este año, debido a la paralización de la actividad, se han retrasado al mes pasado. Y que estos movimientos se produjeron antes del tremendo jarro de agua fría que ha supuesto la respuesta de los principales mercados emisores del turismo europeo a los rebrotes de la pandemia. Después de la caída del PIB -el 18,5% en el segundo trimestre- y la entrada en recesión de España, la incógnita de cuál será el balance de agosto y las poco alentadoras previsiones para después de las vacaciones, mantener el impulso en la creación de empleo es un requisito indispensable para encarar el sendero de la recuperación.