Espadas en todo lo alto. Y parón nuevamente. Estamos en campaña cuando apenas ha arrancado la legislatura. Dicen los políticos veteranos que una campaña electoral empieza justo el día que acaba la anterior, pero bien es verdad que nada tienen que ver la tensión y el nerviosismo que imperan dentro de cada partido cuando, de verdad, se planta encima de la mesa una nueva convocatoria. En Extremadura las distintas formaciones políticas han estado mirando a Madrid esperando un gobierno o finalmente lo que ha ocurrido: unos nuevos comicios. Quiero decir con esto que la tensión y el músculo no han entrado hasta ahora por la puerta de las distintas formaciones, como si los meses transcurridos desde el 'fallido' 20-D se hubieran tomado de transición a la espera de una nueva oportunidad.

Tradicionalmente, unas elecciones generales no se viven como unas autonómicas. En una comunidad como la nuestra, tan dependiente de lo público, obtener un buen resultado en unas autonómicas resulta trascendental para dominar la acción política desde el Parlamento y, lo más importante, gobernar la Junta de Extremadura. De ahí la estrategia de los partidos, que relajan sus filas y sus bases cuando se trata de unas generales y ponen toda la carne en el asador cuando llegan unas autonómicas y municipales. Sin embargo, esta vez resulta distinto. La muerte sin más remedio del bipartidismo ha roto las reglas del juego. Los partidos tradicionales saben que se la juegan en cada nueva convocatoria con la efervescencia manifiesta que protagonizan Podemos y Ciudadanos, y no van a permitir ligerezas ni fallos que den oportunidades al enemigo.

Sumado a esto está la oportunidad de la propia convocatoria. El 20-D supuso una reválida de las autonómicas de mayo, pero con seis meses de diferencia entre una y otra cita --y con un verano de por medio-- no se había producido ningún hecho o circunstancia que vaticinara un cambio trascendental en el resultado. De ahí la victoria nuevamente del PSOE, el segundo puesto tan cerca del PP y los ascensos tanto de Podemos, que obtuvo por vez primera un diputado rompiendo el tradicional reparto de escaños en Extremadura, como de Ciudadanos que, por el contrario, no cosechó ningún escaño al situarse por debajo del 5% de los votos. Sin embargo, en esta nueva convocatoria sí existe recorrido con respecto a la anterior de las autonómicas, se han producido hechos y actuaciones a lo largo de todo un año que pueden ser juzgadas por los electores tanto del gobierno como de la oposición y, lo más importante: a nivel nacional el ruido de las distintas formaciones a la hora de formar gobierno o huir de su responsabilidad estoy convencido que tendrá su repercusión en Extremadura. Si a todo esto se une que, según el CIS, buena parte de los electores deciden su voto en campaña, ya me dirán lo que nos espera de aquí el 26-J.

El PSOE aspira a revalidar su hegemonía en la región; Guillermo Fernández Vara tiene que demostrar que su gobierno no resulta interino ni frágil a pesar de Madrid. Mientras, el PP anhela una segunda oportunidad; José Antonio Monago tiene la necesidad de confirmar que su decisión de quedarse de líder de la oposición y plantar cara nuevamente en 2019 no ha sido un canto al sol, sino que, de verdad, puede tener la va oportunidad de llevar nuevamente su partido al poder.

Finalmente, Podemos busca confirmar que su resultado del 20-D no fue casual, que rompió de verdad el bipartidismo; y para ello espera compensar su desgaste a nivel nacional con el espaldarazo de votos que puede conllevar su unión a Izquierda Unida. Falta saber qué va a pasar con Ciudadanos, refugio del voto popular cabreado en anteriores citas y ahora tratando de formar un gobierno con el PSOE de Pedro Sánchez. Su traslación a votos nadie se atreve a predecirlo, lo cual dificulta aún más un pronóstico global. Si nadie sabía a ciencia cierta qué iba a pasar el 20-D, ahora el 26-J mucho menos.