Como soy relativamente nuevo en esto de perpetrar columnas, aún hay sensaciones totalmente novedosas para mí. Una que me resulta muy curiosa es cuando alguien (habitual y exclusivamente, familia o amigos) te pregunta con inocencia sobre qué vas a escribir esta semana. Lo usual es que te inquieran sonriendo educadamente y esperando que le digas más o menos una respuesta cercana a algo que ya espera oír. En mi caso, deslizar algún tema relacionado con las finanzas, la evolución de la prima de riesgo, el Banco Central Europeo, el Wall Street Journal, o cualquier otra etérea nadería de ese tipo. Y entonces te miran sonrientes, como espetándote un qué bien, qué interesante. Aunque yo no te vaya a leer, ni por asomo. En plan darle a la tecla del 'me gusta' en el facebook: una antigua forma moderna de ser educado (no lo nieguen).

Uno agradece despertar el interés de, al menos, una persona. Así que encantado de responder, faltaría más. Eso sí, reconozco que se pone aún más divertido el asunto si te da por responder, por ejemplo, que vas a hablar sobre la Semana Santa. En ese fatídico momento, podrás comprobar cómo la sombra de la sospecha se cruza por su cara. Pensando que para qué, que no hay necesidad, que esa camisa tiene más varas de las que has visto en tu vida, hombre. Zapatero a tus zapatos, pese a que esto en España no se lo aplicó ni el propio homónimo. Con lo bien que nos hubiera ido...

Pero el caso es que se nos aproxima la Semana Santa. Esa sacra festividad que muchos esperamos como agua de mayo, curiosamente con la idea de no ver más agua que la que contenga la playa de turno. Que después siempre se pone a llover. Debo reconocer que nunca he sido un admirador intenso de esta festividad, nunca la he disfrutado más allá que como unas vacaciones más sin dotarlas de especial significado. Y ello pese a que mi ciudad natal, Cáceres, cuenta con una Semana Santa digna de ver, de indudable interés y con un enorme atractivo turístico. Tampoco voy a negar que me haya sentido alguna vez sobrecogido en la procesión del Cristo Negro. Ni que me sigue pareciendo especialmente cercana la del llamado Cristo de los Estudiantes. Entiendo a aquellos, muchos, que saborean, viven y esperan año tras año la llegada de esta festividad. Cofrades, devotos, habituales, turistas o simples curiosos. A mí no verán en esas fechas por la ciudad, pero desde ya animo a quién no haya visto la Semana Santa cacereña a que se pase por allí.

Lo que sí me hastía es ese maremágnum ideológico al que solemos asistir en las semanas previas. Ese continúo festival de clichés que se lanzan los partidos políticos desde sus trincheras. Supongo que asistiremos un año más a ese rosario (ironía fina, eh) de acusaciones varias que van desde el usar lo público como excusa de apoyo a una religión al dinero que gastamos en algo que sólo interesa a algunos. Más rancia que esta discusión no es, desde luego, un traje de nazareno.

XDIGOx que me cansa porque considero que, más allá de las cuatro estrechas paredes de plenos y asambleas varias, la sociedad española ya está suficiente madura para entender las cosas por sí misma. Sin ayudas. Que la Semana Santa es una fiesta religiosa es indudable. Y que es una celebración propia del catolicismo está, del mismo modo, fuera de toda discusión. Es un tema sensible, claro. Pero, en mi opinión, también tiene la Semana Santa un carácter de tradicionalidad, de costumbre, que escapa al hecho religioso en sí. Por eso, engancha y atrae a mucha gente, más allá de que se definan de izquierdas o de derechas o de centro. O de canto, vayan a saber. Que de todo hay en la viña del Señor (¡uy, perdón!).

¿De verdad que no vemos aún bien que un alcalde asista a una procesión? ¿Que exista un reconocimiento institucional a esta fiesta? ¿Nos parece digno de protesta la promoción simplemente turística? No sé, me parece algo tan enraizado en nuestra sociedad que, al menos, merece un simple respeto a aquellos que quieran celebrarlo. Como es lógico que los movimientos inmigratorios hayan traído otras confesiones que antes no existían en España. Y merecen el mismo respeto, público y privado.

Además, lo dice así la Constitución. Y algo más importante, el sentido común de la convivencia. Así que disfruten de esos días como Dios les dé a entender ¿O les pido de nuevo perdón?