Definitivamente la gente se ha convertido es un peligro para la gente", palabras de Javier Marías . Y mucho me temo, con dolor e incomprensión, que no está errado. Que no hay mayor peligro para el ser humano que su propio cerebro, y mayor peligro para un cerebro que el cerebro de otro. Por eso nos alerta Edgar Morín sobre las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión, señalando que "el mayor error sería subestimar el problema del error mientras que la mayor ilusión sería subestimar el problema de la ilusión. Reconocer el error y la ilusión es tanto más difícil porque el error y la ilusión no se reconocen en absoluto como tales", pues "nuestros sistemas de ideas (teorías, doctrinas, ideologías) no sólo están sujetos al error sino que también protegen los errores e ilusiones que están inscritos en ellos". Por eso nos alerta Amartya Sen sobre como la identidad, "fuente no sólo de orgullo y alegría, sino también de fuerza y confianza", "puede matar, y matar desenfrenadamente", "la comunidad bien integrada en la que los residentes hacen instintivamente cosas maravillosas por los demás puede ser la misma comunidad en la que se arrojan ladrillos a las ventanas de los que llegan de otro lugar". Y todo lo dicho adquiere aún más relevancia en una sociedad en la que los mecanismos de control y represión de los ciudadanos ya no están depositados sólo en el Estado y en su aparato sino en los propios ciudadanos, en todos y cada uno de nosotros, que nos hemos convertido en un peligro para nosotros mismos, capaces no sólo de condenar y castigar, sino de perseguir y maltratar. No es que el control y la represión se hayan eliminado, sino que ahora se ponen en funcionamiento de manera más directa y contundente, aunque subrepticiamente, a través de las relaciones sociales, que vehiculan, no lo olvidemos, todos los ámbitos (laborales, políticos, económicos, culturales etcétera). No valen las palabras, no sólo, valen los actos y los hechos, y no sólo con los que consideramos de los nuestros (qué fácil y qué hipócritas), pues todos y cada uno de nos-otros no dejamos de ser, por encima de todo, seres humanos.