Está el mundo sensato horrorizado ante el ascenso de la extrema derecha, no solo en Europa, donde Le Pen o Salvini planean unirse para las próximas elecciones europeas, sino en el orbe todo. Y ahí anda, a punto de alzarse con la presidencia, ese exmilitar brasileño nostálgico de la dictadura, el tal Bolsonaro, que, a la vez que ultraliberal declarado es un machista de proporciones tan repulsivas que afirma entre millares de aplausos de tiazos elementales tan brutales y primitivos como él y de muchísimas mujeres jaleándole encantadas, que tiene cuatro hijos varones y una debilidad, que es la niña. O que no es un violador, pero de haberlo sido, tampoco hubiera violado nunca a una presunta víctima porque no se lo merece de fea que es.

Está claro que desde el momento que Trump alcanzó la presidencia de EEUU, empezamos a creer que cualquier cosa era posible. Pero los que contemplábamos horrorizados hace unos años cómo, por ejemplo, Putin se jactaba de que las prostitutas rusas eran irresistibles por ser las más guapas del mundo, asistimos en la actualidad a una escalada machista que se extiende junto a ideas hermanas, como el racismo. Prejuicios que, lejos de hallarse en vías de extinción, están arraigando en occidente y amenazan progresivamente, no solo un orden mundial asentado en valores como la igualdad, la democracia, la tolerancia, la protección a los colectivos más frágiles, la convivencia y la solidaridad, establecido al menos desde la Segunda Guerra Mundial, sino conquistas fundamentales pero aún muy incompletas como la igualdad de géneros. Mas se engaña quien afirma que solo la derecha populista pone en peligro la igualdad de la mujer.

Y es que el machismo es algo tan siniestra, sutil y profundamente grabado en la identidad masculina que ahí está el insoportable Rufián demostrándolo. Y no porque llame palmera a una diputada popular, sino por guiñarle después el ojo. ¡Ah, el eterno gestito condescendiente, paternalista, chuleta y machista después del insulto! ¡Anda, guapita, no te me enfades!

Imbécil, le dijo ella. Y se quedó corta.