Profesor

La naturaleza humana es sorprendente. Y variopinta, gracias a Dios, pues de lo contrario este mundo sería muy aburrido. Imagínense que todos fuéramos forofos del Atlético de Madrid. Además de masoquistas sería un aburrimiento. O que todos estuviéramos de acuerdo en que Crónicas marcianas es un bodrio. ¿De qué iba a hablar la gente en la oficina o en la peluquería? Sería imposible entablar una conversación, pues antes de comenzarla ya sabríamos que estábamos de acuerdo. Y, la verdad, hablar sin discutir no tiene mucha gracia. Merced a esta diversidad nos encontramos con gentes como Einstein y como Tamara. Con Per Gin y con Aserejé; con Hitler y con Gandhi; con Teresa de Calcuta y con Capone.

También es cierto que las personas no son lineales. Es decir, no son enteramente veraces, o buenas, o malas o tiernas, o ariscas. O al menos no son malas, ariscas, mentirosas y cuantos defectos se puedan imaginar a la vez. Eso solamente sucede en las peores películas del oeste en las que el malo, además de malo, es feo, sucio, vago, tiene el caballo más lento y su novia no es ni la más guapa ni la más rubia, mientras que el bueno, además de bueno, dispara muy bien, su caballo es el más rápido, su novia es la más guapa y la más rubia, no se le estropea el tupé y siempre está limpito.

Algunos individuos consideran que los hombres son de una sola pieza y la realidad es tan clara que solamente admite dos posturas. Esta clase de individuos son muy peligrosos. Son los llamados simples. Para ellos no existen más que dos posturas. La suya y la otra, que es la mala. O está conmigo o está contra mí. Uno de los mejores exponentes es el vaquero Bush. O está usted con USA o está con Bin Laden. O acepta usted la guerra contra Irak o defiende usted a Sadam. Naturalmente esta postura ha hecho fortuna y a ella se han apuntado otros muchos. El primero nuestro presidente. O firma usted el pacto antiterrorista o está usted con ETA. O acepta el déficit cero o nos lleva a la ruina. Algunos otros políticos, que nos tocan muy de cerca, entran también en la cesta de los simples.

A uno le gustaría afirmar que dicha postura se debe a una táctica política muy útil y que demagógicamente puede ser eficaz, pues la mayoría de los oyentes no tiene ni ganas ni tiempo ni a veces posibilidad de pensar otra cosa. Pero como se la encuentra con asiduidad y la ve trasladada al quehacer diario le entra la sospecha de que en realidad los argumentadores simples es que en realidad son simples. Es decir, que no han entendido la complejidad de la realidad. Y si no entienden la realidad, lo más probable es que nos lleven al caos.