Hoy has visto un peregrino solitario camino de Santiago, con su capa, su sombrero típico y su bastón con su calabaza, entrando en un sex shop. ¿Qué puede buscar un peregrino en un sex shop? Has pensado lo impensable. Como por ejemplo que el buen hombre necesitaba la compañía de una muñeca hinchable que le hiciese menos aburrido el camino. ¿Por qué no? Cada uno combate la soledad como quiere, o como puede.

La curiosidad te ha tentado de tal manera que has entrado tú también en el sex shop. Sólo por saber qué compraba el peregrino. Pues bien, no compró nada. Dio un fuerte abrazo al dueño de la tienda y se puso a hablar con él. Luego supiste que ambos eran primos y el peregrino ha aprovechado su paso por la ciudad para saludarle. Al final has sido tú el que ha comprado la muñeca hinchable, porque pensaste que podía ser un buen regalo de cumpleaños para un amigo tuyo que se divorció hace tres años y siempre está diciendo que ya está harto de dormir solo.

Quizá no la utilice nunca y la pobre muñeca permanezca desinflada, metidita en su caja, por los años de los años. O puede que se convierta en un elemento útil, que sirva para suplir a esa mujer de carne y hueso que añora tu amigo por las noches. Lo que sí es seguro es que está nunca le dirá que le duele la cabeza.

Quizá algún lector esté pensando que tú eres tu propio amigo. O sea, que has recurrido al ya manido ‘tengo un amigo que tiene un problema’, porque el problema es inconfesable casi, y en realidad lo tienes tú. No, en este caso es verdad que tienes un amigo que tiene un problema serio, pero tan confesable que es muy común entre los mortales de hoy: la soledad no elegida. Esa que se instala en tu vida de repente porque se alejan las personas que te acompañaban, como la soledad de tu amigo.

O la soledad que se va haciendo sitio a tu lado poco a poco, sin que ni siquiera tú sepas por qué. Quizá se deba a que vivimos en una sociedad demasiado individualista y tecnificada, que nos obliga a cambiar nuestros gestos físicos por emoticonos virtuales y nuestras palabras pronunciadas por mensajes escritos que nunca serán besos ni abrazos, por mucho que le demos al ‘me gusta’.