Se empieza observando el atardecer y se acaba apreciando las flores. Debe ser cosa de que ahora todo va algo más lento. Ya van siendo las tardes más cortas. Alguien tenía que decirlo. Perdón. Desde la hamaca vislumbro el cielo, que comienza a tener otro color, que no es color de otoño ni mucho menos, tampoco nos vengamos arriba. O abajo.

El sol hiere menos. Al menos llega menos bravo a las siete de la tarde, hora de máximo calor hace tan solo un par de semanas. La hora propia para sentarse a ver el crepúsculo con una cerveza es ahora un poco antes y ese espectáculo de las nubes teñidas de rojizo como rastro que deja el sol al ocultarse, es un poco más tenue. Se empieza observando el atardecer y se acaban apreciando las flores. Debe ser cosa del pasado confinamiento y de la actual época de teletrabajo: todo es un poco más lento y calmado. Fenómenos que antes nos pasaban inadvertidos ahora los notamos y constatamos. Claro que un fenómeno el tío es también mi vecino y no por eso se hace notar más o menos, aunque yo si note cierto aroma a perfume demodé cuando me precede en el uso del ascensor, lugar al que por cierto ya solamente subimos solos. Se acabaron las conversaciones de ascensor, pues parece que va a refrescar, sí es que no eran lógicas estas temperaturas y tal, vamos para casa que ya es hora.

Ahora va uno en el ascensor intercalando la alegría de no tener que hablar con nadie con el miedo a quedar encerrado y la esperanza o sueño de que haya tortilla de patatas para almorzar. Tampoco es mentira que ya debería uno ir interiorizando que si quiere tortilla de patatas ha de hacérsela o comprarla o encargarla. Ahora me gustan jugosas, muy jugosas, casi que echen líquido de huevo al pincharlas. Eso luego de toda una vida en la que detestaba esa liquidez y me inclinaba más por el bloque cementoso y compacto, ni un milímetro entre papa y papa. Sería que pensaba más en llenar el buche que en el sabor, se va uno refinando, como esos atardeceres que ahora parecen más finos, no con esa inelegancia del calor exagerado. Podríamos hablarles también de los amaneceres pero como decía el clásico es que son muy temprano. Aparte de que usted habrá visto más de uno y más de dos, ya sea por noctambulidad o por madrugón, por volver a casa o por levantarse. Entonces, huelga describírselos. De los atardeceres podría decirse lo mismo, pero yo creo que el amanecer es como más estándar y el atardecer distinto cada día en sus matices. No indescriptible, dado que está muy descrito. Pero muy cautivante. A no ser de latitudes muy norteñas y tormentosas. Anochece.