Creo que nadie podrá negar que no es lo mismo vivir un hecho concreto que verlo en televisión, del mismo modo que no es lo mismo verlo en televisión a que te lo cuenten por teléfono, ni es lo mismo que te lo cuenten por teléfono que leerlo escrito en un periódico, ni tampoco es lo mismo leerlo escrito en un periódico que estudiarlo en un libro de texto años después de que haya ocurrido.

La política es uno de los hechos humanos más fascinantes que existen porque abarca todo el arco experiencial, desde la filosofía (búsqueda del conocimiento por vías no empíricas) hasta la vida cotidiana de las gentes, pasando por la gestión de los recursos económicos, el derecho, la confrontación de ideologías o la organización burocrática y administrativa.

Por simplificar el análisis, podemos resumir los actores políticos en tres grandes tipos: los intelectuales/filósofos que teorizan, los legisladores/gestores que conducen las instituciones, y la ciudadanía no implicada directamente en el edificio burocrático pero que tiene inquietudes y motivaciones sociales.

Como es fácil de deducir, el intelectual que se sienta en su espacio de trabajo a investigar y escribir sobre, pongamos por caso, la relación entre los sistemas sanitarios y la igualdad social, ni tiene por qué ni tampoco podría ser experto en todas y cada una de las enfermedades que existen. El legislador que representa a la ciudadanía está obligado a fijar en textos jurídicos la relación entre la administración y los enfermos. Por otro lado, las fundaciones, asociaciones y movimientos sociales que se encuentran cerca de, supongamos, una víctima de una enfermedad rara, tratan a diario con muy pocas personas y tienen la capacidad de conocer muy de cerca el sufrimiento y las peculiaridades de todos los casos con los que trabajan. Finalmente, la persona que sufre una enfermedad rara experimenta en primera persona, quizá junto a sus seres queridos más cercanos (que ya no lo viven de forma directa), algo que nadie más que ella puede comprender en su globalidad.

Si se fijan en este ejemplo, la distancia entre la persona enferma y el intelectual, pasando por todos los estadios intermedios de la política, es sideral. Y, sin embargo, toda esa línea de relaciones entre los diferentes niveles es lo que define la política o, mejor dicho, lo que definiría la buena política y lo que, en mi opinión, debería ser la nueva política.

Siguiendo el modelo de la democracia griega originaria, varios politólogos —el belga David Van Reybrouck, el más destacado— llevan algún tiempo proponiendo ideas radicalmente renovadoras de la democracia para salvarla de sí misma. Algunos países como Canadá (2004, 2006 y 2007), Países Bajos (2006), Islandia (2010-2012) o Irlanda (2013) llevan ya algunos años realizando experimentos de organización social en los que, utilizando incluso el sorteo, han creado esbozos de órganos mixtos en los que participaría la ciudadanía directamente junto a los legisladores. Sin embargo, ninguna de las experiencias que yo conozco ha incluido a los intelectuales (los «sabios» de la Antigua Grecia) en esos órganos.

Bajo mi punto de vista, y dado que la experiencia personal es, al mismo tiempo, intransferible e imprescindible para el entendimiento de lo público, esa experiencia no se puede aportar de forma vicaria solo mediante la democracia representativa. Tampoco se puede hacer política sin la aportación de los intelectuales que pasan su vida estudiando al individuo y a la sociedad. Por tanto, en una nueva sociedad tan compleja y con tanta información circulante, solo salvaremos la democracia con cambios radicales en la imbricación de todas esas instancias dentro de los órganos decisorios.

Más allá de la actual estructura de cámaras representativas e instituciones administrativas, parece imprescindible ir pensando en el diseño de consejos ejecutivos (no consultivos) donde tengan cabida intelectuales de reconocido prestigio en diferentes áreas, miembros de los partidos políticos, representantes de los movimientos sociales no gubernamentales y una selección de la ciudadanía. Si no integramos todos esos elementos en el corazón de las decisiones que afectan a nuestras vidas, la democracia va a ir languideciendo hasta parecer prescindible.