Con la muerte de Margaret Thatcher desaparece uno de los grandes líderes políticos del siglo XX. Apasionada por la política, nacida para mandar, provocó amores y odios a partes iguales, pero transformó Gran Bretaña en los 11 años en que gobernó (1979-1990) y dejó una huella en la política británica y mundial que persiste. Su influencia en la política interior fue tal que impregnó hasta a su sucesor laborista Tony Blair , acusado frecuentemente de no haber roto con el thatcherismo.

Hija de un tendero, fue la primera mujer primera ministra del Reino Unido, pero también la primera representante de las clases medias que dirigió un Partido Conservador dominado hasta entonces por una élite aristocrática en una de las sociedades europeas con mayor distancia entre las clases dirigentes y las dirigidas. Autora de frases que pasarán a la historia, quizá la que mejor la define es aquella en la que sostuvo que la sociedad no existe, solo los individuos y las familias. Toda su política económica y social puede resumirse en ese pensamiento. De ahí que se empleara a fondo en el adelgazamiento del Estado, la privatización de servicios básicos como la enseñanza, la sanidad y el transporte, y una lucha feroz contra los sindicatos, a los que derrotó y marginó.

Pero, fiel a su extracción social, también rechazó los privilegios de las castas dominantes para promover lo que se llamó el capitalismo popular, una experiencia al fin fracasada. Los excesos de su política económica ultraliberal, en alianza con el presidente norteamericano Ronald Reagan, todavía se pagan en Gran Bretaña, donde los servicios esenciales no mejoraron en absoluto con la privatización, al contrario. Esa política está además en el origen de la desregulación financiera que ha culminado en la crisis económica actual.

Partidaria de la confrontación en lugar del diálogo, se enfrentó no solo a los sindicatos, sino también al IRA, a la URSS, a Argentina en la guerra de las Malvinas o a la entonces CEE, de la que en 1983 logró el cheque británico, mediante el que redujo sustancialmente la contribución de Londres a las arcas comunitarias. Madre del euroescepticismo, no llegó, sin embargo a plantearse la salida de Europa, como sí hace su aventajado discípulo David Cameron . Considerada por los británicos superior a Churchill , no fue derrotada en las urnas, sino por una rebelión de su partido.