Por una trágica coincidencia, el tifón Haiyan asoló el pasado fin de semana Filipinas con toda su mortífera carga al mismo tiempo que en Varsovia se desarrollaba la Cumbre del Clima, que debe diseñar un programa para combatir el calentamiento global del planeta. Y es curiosa la coincidencia porque en la anterior cumbre, en diciembre en Doha, el jefe de la delegación filipina tuvo que interrumpir su discurso en el plenario al saltarsele las lágrimas. El delegado imploró que no hubiera más retrasos ni más excusas para atajar el cambio climático y sus devastadoras consecuencias. Esto ocurría después de que el tifón Bopha se cebara con la isla de Mindanao, pero no era el primer ni el único huracán del año.

Filipinas ya había contabilizado 16 hasta entonces, solo en el 2012. La situación geográfica convierte a Filipinas en uno de los países --junto con Bangladés-- con mayor riesgo de sufrir desastres naturales. Sin embargo, son desastres a los que no resulta ajena la mano del hombre a través del impacto de su actividad en el calentamiento que registra el planeta. En el caso de aquel país del Pacífico hay que sumar además la pobreza y el subdesarrollo, así como la falta de infraestructuras, agravada por el hecho de que se trata de un archipiélago formado por 7.000 islas. Más allá del cada vez mayor número de víctimas mortales --son más de 10.000 las causadas por el Haiyan--, cada año los tifones le cuestan a Filipinas, primero en destrucción y después en reconstrucción, cerca del 5% de su PIB.

La urgencia ahora es la de comprometer la ayuda humanitaria y hacerla llegar donde se necesita para paliar los daños humanos y materiales causados por el tifón. Y en este aspecto la generosidad de los donantes es cada vez menor dada la gran desconfianza reinante acerca del sistema de oenegés, aunque resulte muy injusto generalizar, y su capacidad y la del Gobierno para asegurar que la ayuda no se pierde por el camino y llega realmente donde se necesita. Sin embargo, la ayuda es un mecanismo imprescindible pero paliativo.

Lo que urge es luchar efectivamente contra un cambio climático cuyos efectos son cada vez más demoledores, hasta el punto de que a los científicos se les ha quedado pequeña la escala para medir la fuerza de los ciclones y quieren añadir un nuevo peldaño para clasificar huracanes como el Haiyan que han asolado Filipinas.