Los biocombustibles están de moda. En todo el mundo --desde Estados Unidos hasta Indonesia-- se sustituyen campos de cultivo de alimentos por desiertos verdes . Pequeños cultivos y bosques por extensos monocultivos de oleaginosas para producir bioetanol y biodiesel biocombustible. Una alternativa rentable tanto al declive de la producción de petróleo como a la creciente inseguridad energética. Todo parecen ventajas.

Sin embargo ese mercado de biocombustibles en vertiginoso ascenso está afectando la vieja necesidad de alimentarse de los más pobres. Lo hemos visto últimamente en las manifestaciones de México después que la principal comercializadora de grano del mundo, la norteamericana Cargill, hubiera preferido vender el maíz a las compañías energéticas norteamericanas a futuro que a los tortillerías mexicanas al presente. En México, cuna de este cereal, la tortilla dobló automáticamente su precio.

Este fenómeno se está reproduciendo en muchos otros lugares. Así nuestro voraz consumo energético en el Norte se enfrenta hoy a la seguridad alimentaria del Sur. Se confrontan derechos de distinta naturaleza entre personas muy alejadas entre sí. Derecho, por ejemplo, a utilizar aires acondicionados o manejar automóbiles 4x4 en España, frente al derecho a alimentarse con tortillas de maíz (lo más barato de comer en América Latina) de los que están en la retaguardia de la globalización. Una nueva interferencia peligrosa y de moda que debemos tener muy en cuenta.

David Llistar **

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Coordinador del Observatorio de la Deudaen la Globalización