El éxito del capitalismo, hoy neoliberalismo salvaje, consiste en convencernos de que cada uno debe buscarse la vida. La sociedad contemporánea, en que los padres alientan el individualismo desde la cuna, poniendo en manos de los bebés un smartphone para que se callen, es la cima del desentendimiento del otro.

Un ser humano que crece mirando una pantalla —que al final es un espejo— se convierte en un temprano narciso al que siempre le costará levantar la vista para mirar más allá de su ombligo. Así, la experiencia subjetiva, lo que cada uno siente y desea, se convierte en ley suprema, inmanejable por una colectividad que, radicalmente, ya no existe. En ese tipo de sociedad es obligado ser cada vez más «especial», diferenciarse más y por más cosas. Es una espiral infinita de individualismo y subjetivismo atroces.

El mundo se rige por la máxima «Me siento X». Pongan en la «X» lo que quieran: comprobarán que se convierte en intocable. El problema catalán consiste, a pie de calle, en eso: «No me siento español». Y ese sentimiento, inmediatamente, se reivindica como un derecho inexistente y se exige como realidad jurídica vinculante. Oiga, siéntase usted como quiera, pero no se lo imponga a la globalidad de la sociedad española.

Hay expertos que alertan de un incremento injustificado de operaciones de sexo que, a veces, acaban en disforias, depresiones e incluso suicidios, por equivocadas e irreversibles. Aquí la «X» consiste en sustituir el sexo biológico por el «sexo sentido». Lejos de abrir un debate social franco sobre una cuestión muy compleja, al parecer se va a legislar para que se derive una realidad jurídica de un sentimiento, sin informes médicos ni psicológicos. El feminismo que reivindica sus raíces dice que si cualquiera puede sentirse mujer y convertirlo en realidad jurídica, es como si la mujer ya no existiera. Y lleva razón. En este caso, la subjetividad sexual minoritaria se impone a la lucha colectiva que la mujer lleva efectuando durante siglos: precisamente por esto, el Partido Feminista de España, fundado en 1979, fue expulsado de IU el 22 de febrero.

Lo importante, pues, ya no es «ser» sino «sentirse». Detrás de esto, por supuesto, hay una larga historia de incapacidad educativa y cultural para lograr la verdadera liberación del individuo, que no consiste, como quiere hacernos creer el neoliberalismo, en cumplir deseos, sino en saber «qué somos». El conocimiento profundo de nuestra identidad nada tiene que ver con el sentimiento efímero de nuestra subjetividad. Pero «ser» supone un esfuerzo extraordinario durante toda la vida, y «sentir» viene de fábrica. La entronización del «sentir», algo que un bebé ya puede hacer antes de controlar los esfínteres, es un paradigma del infantilismo social imperante.

Lo dramático no es que el neoliberalismo mayoritario nos haya impuesto esta deriva, sino que la izquierda la haya comprado acríticamente, sin pensar en sus causas y consecuencias.

La imposición de la subjetividad siempre ha sido y será una cuestión de clase social. Una cuestión de poder. El capitalismo nos hace creer que cualquiera «puede» cumplir sus deseos, pero la verdad es que solo «puede» cumplirlos quien tiene poder. Los catalanes independentistas ven sus deseos en los informativos porque una élite política y económica ha encontrado ahí una forma de salir de su laberinto. Pregunten a una persona que vive en el régimen talibán si las dudas sobre su identidad sexual generan derechos o sufrimiento: el poder establecido ni siquiera le permite tener dudas. El deseo es una cuestión de clase, indudablemente, porque solo quien tiene poder convierte el deseo en algo material. De hecho, la clase social misma no es otra cosa que una subjetividad impuesta por quien puede. Es el totalitarismo del deseo de quien ha nacido rico en imponerse al bien común del reparto del capital.

La izquierda se ha convertido en algo parecido a un zumo hecho con las sobras de la nevera. Se cogen todos los restos, se meten en la batidora de vaso, y sale algo nuevo que nadie reconoce pero muy colorido, singular y supuestamente innovador. La derecha será lo que sea, pero nunca ha comido sobras. Dicho de otra manera, ellos sí saben lo que les conviene: la ley del deseo.

*Licenciado en Ciencias de la Información.