Incertidumbre es lo que mejor define el día siguiente de la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Siempre ocurre que lo dicho en campaña no es lo que se dice tras la victoria. Las palabras y el tono del multimillonario ganador ya eran ayer distintos, pero el cambio no debe llamar a engaño porque las incógnitas abiertas tras el resultado de este 8 de noviembre son enormes y preocupantes.

Nunca en muchas décadas tanto la presidencia como las dos cámaras del Congreso de EEUU habían estado en manos del mismo partido. Ahora lo estarán. Toda la arquitectura institucional de los checks and balances, los pesos y los contrapesos, creada para que ninguno de los tres poderes -el ejecutivo, el legislativo y el judicial- limitase el poder de los otros puede desaparecer, lo que sería un grave daño para el sistema democrático. Pese a ser un verso libre, Trump necesitará consejo como nunca antes lo había necesitado. En campaña ha contado con el asesoramiento de personajes declaradamente racistas y de dudosa reputación. La lista de sus consejeros dará la medida de por dónde y hacia dónde piensa caminar el nuevo presidente.

Es lógico que tras la debacle de la candidatura de Hillary Clinton -a la que le faltó elegancia para admitir sin dilaciones la derrota cuando ya era un hecho- el Partido Demócrata esté en estado de shock, pero es precisamente en este momento cuando no puede lamerse las heridas y, por el contrario, debe ejercer una oposición sólida y constructiva.

La victoria de Trump tendrá consecuencias en el resto del mundo. En Bruselas la OTAN tiembla, mientras que en Moscú se celebra su victoria. Cuando el mundo ya vive instalado en la inquietud ante varias amenazas, las cuestiones de seguridad y defensa están hoy por hoy en una dimensión desconocida. Casi todos los presidentes llegan a la Casa Blanca defendiendo el aislacionismo frente al intervencionismo, para acabar interviniendo casi siempre con resultados lamentables, al menos en las últimas décadas. En términos económicos, Trump reniega de los acuerdos comerciales que había firmado Barack Obama y aboga por un retorno al proteccionismo, lo que, de aplicarse, puede tener severas consecuencias tanto para EEUU como para el resto de socios comerciales.

No es casualidad que entre los más madrugadores en felicitar al ganador hayan estado la francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders. Al populismo que se está extendiendo por Europa le faltaba un líder, un pegamento que aglutinase no tanto los distintos movimientos con sus variantes nacionales como la idea de que ha llegado su hora, y ¿quién mejor que el presidente electo de la única potencia para representar este papel? No tardaremos en ver los estropicios que la victoria de Trump causará en Europa. Los próximos meses están plagados de citas con las urnas en países como Italia, Austria, Alemania, Holanda o Francia, en los que ya anida la hidra del populismo xenófobo.