Autor teatral

Por partes. Por la presentación, núcleo y desenlace: doña Consuelo --protagonista principal y diva de la tragedia-- es la edil, o edila, de la cosa cultural de Badajoz. Doña Consuelo fue la que castigó a Alvaro Valverde sin cena, por boquerón y díscolo al escribir en la prensa de la regresión cultural del PP. A doña Consuelo se le nublaron las metáforas y le dio unos cachetes a la boca sucia del poeta. Todo viene a cuento, porque doña Consuelo, antes de la cena donde se fallaron los premios literarios de Badajoz, mandó a Alvarito Valverde a la mierda, por antidemocrático y lenguarón, ya que osó hablar, mal, claro, de la progresía y vanguardista tutela de la cultura en donde reina Aznar. Echóle del jurado antes de que probara un maldito canapé. Uno no escribe por escribir y antes de que esta columna llegue a su paciente atención, servidor ha hecho sesudas reflexiones de la conducta de la concejala. Primero, que a doña Consuelo no le gustan los poetas orondos, lustrosos, con un brillo en el careto que les hace de todo menos poetas. Todo concejal que se precie sabe que un poeta acolesterolado no es un poeta, sino un canónico o un deán de Dios. Doña Consuelo Rodríguez Piris debe vivir una eterna adolescencia, con cardos demacrados, con golondrinas en balcones y una penumbra en cualquier lugar del ángulo del salón oscuro. Por eso, por ello, renegó de Alvaro Valverde, no por su lengua viperina a la cultura de la derechona, sino por convertirlo en un siamés de Gustavito Bécquer. Pero doña Consuelo no sabe, y debería, que la languidez y el pálido ojeroso de los románticos no era por hambre, sino porque la sífilis se los carcomía, después de amar metáforas y metáforas en tantos prostíbulos infectados. Y eso, doña Consuelo, no son poetas, o sí, sino viciosos de una soledad carnal, para luego hacer una rima de desesperanza. La anorexia no cuadra ni en rima asonante ni consonante. Además, si ellos son los primeros del Olimpo, es porque fueron amamantados por la divina ambrosía, a los que sólo sus bocas podían acceder. A un poeta se le puede echar no sólo de un jurado, sino de cien, de miles; se le puede crucificar, halagar, maltratar, lapidar. Pero dejarlo sin cenar, nunca. Eso ha sido su gran equivocación: alquilar un prestigio, un nombre, sin saber que ese espíritu tenía estómago. Supongo que conoce la hermosa obra de Valverde. No son musas las que la inspiran, sino proteínas rigurosas de una digestión más que satisfecha. Nunca creí que lo echara porque dudara de sus apasionamientos culturales. Como tampoco creí que se cargara al director de la filarmónica por no saber llevar un cuatro por cuatro. ¿Qué sabrán ellos? Un músico que no es sordo, nunca amará a Beethoven. Un poeta que cena, duerme, luego no escribe. La llamarán dictadora, fachilla, por la ignorancia del populacho. Ni siquiera Valverde le dedicará el libro, cuando usted le inspiró todo: de Badajoz a Plasencia, sin cena, y por lo mismo cantándole, como él sabe hacerlo, a un bocadillo de calamares. Ingratos.

Luego se inventan mamarrachadas de venganzas políticas, de ajustes de metáforas, en esta mafia cultural. La de ellos, no la de usted, doña Consuelo, vigía de las letras, faro del suroeste, esencia de una tarea tan ingrata como divina. Siga así, defendiendo como Agustina la esencia de las golondrinas. ¿Y quién perdió? Pues él, el Valverde, por dejar la presidencia de los Escritores Extremeños. Y lo pagas tú, Consuelo... Consuelito. Alvaro, hijo: sin cena, sin jurado... Y lo mejor, sin Consuelo...!