Sucedió como un deslizamiento sigiloso de la historia donde las bambalinas aguantaban el secreto. Luego los picos y las palas desbordaron el entusiasmo, y el muro que cayó fue un ciclo de la historia: el comunismo occidental entraba en barrena. La ideología de Marx y Lenin solo encontró refugio en la poderosa China --que la adobó de capitalismo patriótico--, en Cuba --con vocación de martirio para la eternidad-- y en Corea del Norte, que es un parque jurásico de Star Trek lleno de dirigentes de otro planeta; los comunismos occidentales se volatilizaron y la socialdemocracia heredó una culpa que no le correspondía. Europa evolucionó hacia la digestión de la gran Alemania entre los recelos iniciales de Londres y París, atormentados por los recuerdos de las dos grandes guerras; no sucedió casi nada: estallaron los Balcanes, creció la Unión Europea hasta constituirse en un monstruo sin cabeza y con 27 tentáculos, y la parálisis de la vida la ocupó el neoliberalismo salvaje. El final de las ideologías no resultó ser cosa distinta que el paraíso de los desaprensivos del mundo de las finanzas. Ahora los trabajadores están a punto de pedir perdón por conservar su empleo y los grandes ejecutivos se reparten el botín conseguido con su propia incompetencia. Veinte años son algo; podrían ser bastante si hubiera un empuje intelectual y político para una gran revisión de un mundo que ya no tiene el tórrido temor de la guerra fría y que dispone de tecnología para salvar el planeta con tal de que la indigestión consumista de Occidente encuentre una sal de frutas que le alivie de la necesidad de suicidarse. Pero, por qué vamos a ser optimistas si la mayoría siempre se deja domeñar por el márketing, la sociología, los medios de comunicación y la magia del consumo. Mientras disponer de una tarjeta de crédito activa sea más importante que un lugar preferente en cualquiera de los paraísos con los que suelen engañarnos, la aspiración de quien nunca la tuvo será llenar el carro de la compra en una gran superficie. A fin de cuentas, esa fue una razón fundamental para que cayera el muro de Berlín.