Escribo estas líneas antes de marcharme a la comarca de Alcántara para pasar el fin de semana con mi familia. Me encanta esa zona de la provincia cacereña, limítrofe con Portugal, donde se come fenomenal y los paseos son una gozada vayas donde vayas.

Hablarles ahora de su imponente puente romano o de la belleza de las casas palaciegas de su municipio de cabecera resultaría ridículo si no fuera porque, lamentablemente, otra de sus joyas, el conventual de San Benito, quedará vacío este verano tras la suspensión del festival de teatro anunciada el pasado viernes. Solo habría cumplido 35 ediciones, entiéndanme la ironía, para ir a morir ahora en la orilla, en un ejemplo más de la desastrosa gestión que a veces hacen nuestros políticos de la cultura y de la falta de atención a pilares del verano como este.

Y, aunque algunos ya avisaban de lo que podía suceder, la tragedia se ha consumado para el disgusto de espectadores que, boquiabiertos, asistían cada año a la muerte lenta de uno de los festivales pioneros de la escena extremeña.

Por eso ahora se me viene a la cabeza la broma que un compañero de profesión me hizo hace unos días y que se resume en la idea de que no es obligatorio que te guste la cultura para trabajar en ella, ya seas concejal o lo que sea. Por eso casi siempre es la peor tratada, la que menos presupuesto tiene, pero de la que todo el mundo presume luego si el viento corre a favor.

Es penoso que una comarca necesitada de referentes y atractivos para captar visitantes no sepa valorar la importancia de la cultura como foco de atracción económica, eso que se ha dado en llamar dinamización. Tan lamentable como querer ahora arreglarlo con parches de última hora que lo único que evidencian es la falta de trabajo previo por parte de los gestores municipales para asegurar que habría festival sí o sí. Lo dicho: que viva la cultura, aunque no les guste o, sencillamente, la maltraten.