La historia muestra que las culturas han recordado a los difuntos de modo diferente, pero manteniendo su presencia. Ahora se celebra esta fiesta y todo sirve para darse al consumo masivo, aunque estaría bien preguntarse por las raíces de todo esto. Con nombre inglés, niños y jóvenes creerán que es una invención norteamericana. Se divierten con disfraces y vestimentas raras. Se ven calabazas con luz en el interior. Los niños más osados acuden a las casas de los vecinos pidiendo truco o trato y la gente mayor les ofrece caramelos. No es una invención norteamericana (Halloween), ni una fiesta cristiana (Día de Todos los Santos), sino que procede de la tradición celta y de la cultura azteca (Fiesta de los Muertos). Después, la emigración irlandesa lo pasó a EEUU. Los celtas celebraban la noche del fin de la estación de verano el 31 de octubre o Samaín. Cuentan que el espíritu maligno, Jack O’Lantern, pasaba por las casas ofreciendo un trato y, si no aceptaban, maldecía las viviendas. Sacaban una calabaza iluminada como protección y hacían fogatas y conjuros para alejar a los espíritus malignos, dándoles dulces para que estos se alejaran contentos sin castigarlos. La víspera de Samaín fue arrebatado a la cultura pagana por el cristianismo. En el siglo VII, el papa Bonifacio IV proclamó el 1 de noviembre como el Día de Todos los Santos. De aquí la costumbre de visitar los cementerios y reencontrarse con los difuntos, poniéndoles flores. Todos quieren arrebatar a los otros sus tradiciones. Así, All Hallows Eve (víspera de Todos los Santos) se ha convertido en Halloween. Celebremos las fiestas, pero sin olvidarnos de la historia, para dar a cada cultura lo suyo.