TEtl tren y Extremadura son, hace tiempo, términos irreconciliables y cada vez que se pronuncian juntos saltan chispas o deudas. A Extremadura la convierten en reserva adonde se echa la cacharrería ferroviaria para que no desluzca el centro y se convierta en el limbo de los jefes de estación y los maquinistas de siesta y botijo. Polvo, sudor y hierro, renquea, por las cuestas del Tajo, el tren de siglos pasados, para los aficionados a las postales retros. Y no caben inocentes: que se sepa aquí nadie se ha matado porque los extremeños que cada mañana se cogen el bocadillo y se van a trabajar a Mérida, tengan un tren rápido y cómodo; el ferrocarril extremeño sigue en aquellos tiempos de la carbonilla, los retrasos y las noches de transbordo en Plasencia empalme, y nadie ha osado soliviantar esa imagen de la retrohistoria porque tras ella, se sospechan, además de incapacidad y pereza, contratos con autobuses, vía amiguetes, utilizados para diferir toda urgencia del tren, convencidos de que este pueblo es feliz hasta con el olor a la carbonilla de la noche de los tiempos. Las culpas tienen dueños. Ahora, además, tenemos que pagar ese retraso sociológico por servicios deficitarios y tenemos políticos peleándose por ser mentores del Ave: un descarrilamiento en toda regla.

*Licenciado en Filología