Tuve ocasión de contemplar la semana pasada, en una sesión de la Filmoteca de Extremadura en Cáceres, el pavoroso documental The Act of Killing, en el que cabecillas paramilitares que dirigieron las matanzas durante la dictadura de Suharto en Indonesia (1966-1998) narran --con escalofriantes frialdad y nostalgia-- los métodos de tortura y asesinato, el exterminio sistemático; es una película recomendable que pone a prueba nuestros estómagos y, sobre todo, que obliga a enfrentarnos cara a cara con una de las realidades más incómodas, esa capacidad del ser humano para llevar el mal hasta lugares inimaginables. Además, el filme nos permite reflexionar ampliamente sobre la sociedad que queremos construir, puesto que no es necesario acudir a crímenes contra la humanidad, como los que describe, para observar el horror cotidiano.

El pasado 3 de octubre, a poco más de 1.500 kilómetros de aquí, en la isla italiana de Lampedusa, fallecieron 359 personas --entre ellas muchos niños (el número varía según las fuentes, no parecen importar diez más o menos)--, tras el naufragio de su embarcación, que había partido desde Libia en busca de la "tierra prometida". El Gobierno de Italia ofreció un funeral de Estado a los muertos mientras trataba a los supervivientes como delincuentes, pero al menos 85 fueron enterrados en Agrigento, casi dos semanas después, en un acto sin representación institucional ni lápidas ni liturgia. José Manuel Durao Barroso , Presidente de la Comisión Europea, afirmó que lo que había pasado no era digno de Europa, pero lo cierto es que es una consecuencia perfectamente lógica de las decisiones políticas que se han tomado respecto al tema de la inmigración. Es moralmente inaceptable, por ejemplo, que una ley considere delito rescatar a un ser humano, por muy "inmigrante ilegal" que sea. Pero esta es la Europa que tenemos. Y esta situación..., ¿no es consentir la desaparición continuada y permanente de personas por razón de procedencia y clase social?

Mientras escribo estas líneas, leo en la portada del diario ABC a Emilio Botín , presidente del Banco Santander desde 1986, afirmando que "es un momento fantástico para España, llega dinero de todas partes". Y yo me pregunto, ¿no se le caerá la cara de vergüenza? Resulta insoportable tener que leer y escuchar permanentemente este tipo de declaraciones de grandes empresarios, responsables financieros y banqueros ¿No les basta con haber sido co-responsables de la crisis económica internacional que está provocando la pobreza de centenares de miles de personas? ¿No es suficiente con que el esfuerzo del Estado cuyos impuestos pagamos entre todos se haya centrado en el rescate de los bancos antes que en el rescate de los ciudadanos? ¿No es bastante vergonzante para ellos que, mientras cada vez más niños en España tienen problemas para poder comer, haya crecido el número de millonarios desde que empezó la crisis? ¿No nos han dejado ya suficientemente claro que esta depresión económica consiste, sobre todo, en una transferencia de rentas de los más pobres a los más ricos? Pues no, parece que nada de esto es suficiente, y ahora toca reírse de nosotros. Porque pueden.

XESTOx que hace el señor Botín, y otros, solo tiene un nombre: violencia financiera. O lo que es lo mismo, el uso del sistema financiero para el enriquecimiento de unos pocos, a sabiendas de que eso provoca, masivamente, miseria, hambre, padecimientos, enfermedad y, en fin, muerte. Muchas muertes evitables. Queda lejos el 10 de diciembre de 1948, cuando la Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y queda lejos no por la distancia temporal sino por el sideral abismo abierto entre aquellas intenciones y los hechos de hoy; así que quizá no sea malo recordar aquel bello intento de humanizar a la Humanidad, donde se declaraban derechos como la libre circulación, la seguridad social, el trabajo, una remuneración que asegure una existencia conforme a la dignidad humana, el descanso y el tiempo libre, la educación gratuita, la vivienda, etc., etc., etc.

Así que hay muchas formas de violencia. Unas son más visibles y otras menos tangibles. En algunas salpica la sangre y otras solo se manifiestan en los gráficos macroeconómicos. Hay quienes, como los torturadores de The Act of Killing, aprietan el cable alrededor del cuello del otro, y hay quienes firman limpiamente con su bolígrafo documentos que provocan muertes lejos --cada vez menos lejos-- de sus despachos. Hay responsables de muertos que se manchan las manos y otros que se pasean entre nosotros con sus trajes impolutos. Y del mismo modo que en Indonesia se normalizó el exterminio de comunistas y acabó siendo algo socialmente asumido, ahora, hoy y aquí, estamos aceptando la normalización de la violencia financiera que está sometiendo a la miseria y a la muerte a muchos de los nuestros.