Hoy el cielo debería llenarse del humo y el olor de los cirios o las barbacoas, o el aroma dulzón de la loción protectora extendida sobre cuerpos tendidos al sol.

Hoy las tiendas estarán cerradas, pero las calles abiertas al río de personas que celebran da igual qué cosa: su religión, su ocio, su descanso. Sea cual sea el propósito, este jueves es un día de celebración, de ritos, de familia y procesión, campo, playa, amigos y felicidad absoluta. Hay gente que lleva preparando este día todo el año, y otros, que improvisarán una excursión y una mesa llena de cervezas y tortilla en un sitio cualquiera.

Si yo fuera aún una niña, y pudiera jugar a borrar todo este tiempo, sé muy bien dónde querría volver. Haría como los políticos, cerraría los ojos y negaría la evidencia: la edad, el peso de los años, las ausencias.

Me levantaría sabiendo que mi única obligación es ser hija y como mucho, ayudar a hacer las empanadillas o batir huevos. Y comer con mi familia, reírme, meter los pies en agua helada, y llegar cargada de flores o de piedras para lanzar al río.

Ser niña otra vez. No echar de menos. No sentir el cansancio y salir por la noche sin más preparación que una ducha y la raya del ojo. Pero no hay vuelta atrás, como tampoco la hay en algunos temas.

No es día para ello, pero yo me pregunto qué pasará con los asuntos ante los que cerramos los ojos, ante esos problemas que creemos inexistentes solo por ignorarlos, como hacen los políticos.

Yo sé que no puedo ser niña de nuevo y que los años pasan, para mí y para todos. Y no sé cómo resolveremos el dolor de tantas María José Carrasco, de tanta gente que desea abandonar el mundo porque no puede más y ya no hay esperanza y no se atreven a pedir a sus familiares ayuda para que no sufran persecución judicial.

O cómo harán los políticos que en campaña no se pronuncian sobre la ley de dependencia, las residencias, la soledad de los cuidadores, el maltrato de ancianos en algunos lugares donde el horror tiene nombre. Porque están ahí, y duelen, y no soy capaz de cerrar los ojos y olvidar la imagen de esa anciana maltratada que llora y llama a su hijo.

Ni la del marido de María José Castro. No es día para esto, no.

Es día de torrijas, familia y disfrutar sin pensar ni en el pasado ni en el futuro. Pero el 28 de abril sería mejor abrir los ojos y votar pensando en el presente. Y elegir a quien tiene que afrontar los temas que muchos prefieren no ver.