THtace falta circulante y cada vez hay menos. El paro sube, los sueldos bajan y el miedo se incrementa. Con esta situación no es de extrañar que la ocupación hotelera de la Semana Santa haya bajado. Los que no tienen --y son muchísimos-- no pueden gastar, y los que tienen --cada vez son menos-- no saben que puede pasar mañana. El cliente no acude, el propietario no ingresa y el trabajador es despedido. Es la espiral en la que nos tiene metidos la falta de confianza. La maquinaria está prácticamente parada. No veo la forma de arreglarlo ni mente sabia que una solución encuentre. La suspicacia aumenta y el miedo atenaza a la gente cada vez con más fuerza. La última vuelta de tuerca ha sido la puerta abierta en Chipre para que vengan a robarnos a nuestras casas, porque eso, desvalijar a domicilio, es la decisión que han tomado las autoridades comunitarias. Meter la mano en los depósitos es lo mismo que forzar las puertas y llevarse nuestras pertenencias. La gente teme que, por la puerta de la isla mediterránea, los ladrones alcancen otros puntos de Europa, tranquilamente, sin barreras que los paren. Es saqueo puro y duro, una acción a todas luces ilícita. El desconcierto en la cara de los chipriotas, me ha traído a la mente imágenes surgidas de algunas lecturas sobre el Medievo. Las huestes del señor feudal asaltando aldeas, entrando a saco y llevándose todo lo que encontraban. El gran señor necesitaba abastecerse. Es lo mismo. Con la decisión sobre Chipre los ciudadanos hemos devenido en vasallos, desvalidos aldeanos sometidos al albur de lo que quiera dictar el señor y dueño, convencido de que vidas y bienes le pertenecen. Nadie les ha autorizado a robarnos. No pueden hacer de sus capas sayos. No queremos vernos convertidos a la condición de siervos. Somos ciudadanos con nuestros deberes, pero también con nuestros derechos. Algún tribunal habrá que desautorice tal desafuero.