En el espacio de 30 horas, dos operaciones policiales han permitido esta semana detener a tres supuestos miembros de ETA en la frontera de España con Francia: uno que entraba por Portbou, Faustino Marcos, y dos que huían por Molló, Jon Rosales y Adur Aristegui. Como siempre que caen presuntos etarras, y a la espera del juicio, la reacción no puede ser más que de satisfacción en la medida que disminuye el riesgo de atentados terroristas. Porque en este caso, además, los datos que maneja la policía relacionan a los detenidos con el intento de crear una infraestructura de ETA en Cataluña. Es una hipótesis que descansa tanto en las informaciones aportadas por el propio Marcos como en la evidencia de que los terroristas, golpeados reiteradamente en Euskadi y en el antiguo santuario francés, se ven obligados a buscar nuevos espacios que alberguen la logística de su delirante actividad. La incipiente infraestructura descubierta y desmantelada en Portugal es una buena muestra de ello. Que ahora ETA intentase algo parecido en Cataluña es otra prueba de esa mudanza a que la fuerza la presión policial. Pero no se puede omitir que obliga al recelo y la prevención el hecho de que los terroristas hayan pensado en esta parte de la Península como lugar de aposento. En cualquier caso, el perfil de los detenidos en Molló --jóvenes que se exhibían en Facebook, donde uno de ellos incluso colgó una insólita foto vestido con la camiseta de la selección española de fútbol-- certifica que los etarras han derivado en una mezcla de mafia, hooliganismo y desarraigo.