Probablemente se trata de dos personas con naturalezas contradictorias. Rodríguez Zapatero es esencialmente optimista y quiere obligar a que los demás lo sean. A Jean Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, por lo que parece, le gusta comunicar a los ciudadanos de la Unión sus preocupaciones y los peligros que nos acechan. Naturalmente las alarmas tienen sus consecuencias, pero no realizarlas sólo puede garantizar que, si los peligros son reales, agarren a todos desapercibidos. De las recriminaciones realizadas por Zapatero a Trichet se desprende que el presidente del Gobierno tiene tendencia a minusvalorar y a ocultar los problemas.

Todo esto viene a cuento de que el presidente del Banco Central Europeo --que por definición tiene que estar adornado de la cualidad de independencia-- advirtió hace unos días que, si seguían la tensiones inflacionistas, se vería obligado a subir moderadamente el precio del dinero.

España es uno de los países de la UE punteros en inflación y esa preocupación es continuamente desatendida por lo menos en las declaraciones de nuestro gobierno. Para Zapatero, cualquier alarma realizada sobre el estado de la economía española es un acto "antipatriótico" en su creencia de que el "pesimismo no genera empleo".

El optimismo, cuando es la esencia de la acción de Gobierno, sólo es un acto de propaganda y de narcisismo. Pretende utilizar el estado de ánimo de quien gobierna en un acto de confianza y fe de los ciudadanos en que eso solucionará los problemas. Si Zapatero está confiado, tenemos que estar seguros de que todo se solucionará. Es cierto que el pesimismo no es una buena herramienta de trabajo, pero no está demostrado que el optimismo sin talento y sin una programación eficaz frente a los problemas conduzca a la solución. Ahora, cuando la magia de las ensoñaciones de que un mundo sin violencia terrorista estaba al alcance de la mano (recuérdense las declaraciones de Zapatero la víspera del atentado de Barajas), después del intento de que la ´España plural´ consiguiera que los nacionalistas catalanes fueran felices en España, y caducado el efecto de que con un regalo de 400 euros la economía está encarrilada, Zapatero se enfada con Trichet porque no comparte su optimismo.