El que dos cirujanos de Coria se ofrezcan para trabajar gratis en San Juan, y lo exhiban como "altruismo y trabajo desinteresado" (según la nota distribuida a los medios de comunicación), en realidad no se diferencia en nada de lo que ocurre cada jueves en el mercadillo. Bueno, sí: en el mercadillo se hace sin que parezca un favor y, dicho en ética mercantil, de forma leal. Pero el fin es el mismo: vender el género.

Quizá las cuestiones de por qué gratis y por qué solamente en San Juan (el resto del año, las operaciones, al contado) explican la discrepancia de que para unos el ofrecimiento revele sólo un estado de euforia, pues es sabido que un sanjuanero hace lo que sea por San Juan, no ya gratis sino incluso pagando, mientras que para otros les parezca una frivolidad, ya que no es precisamente un local para una peña lo que se ofrece.

O que donde unos juzguen afán de notoriedad, otros valoren la discreción y humildad de que uno de los cirujanos prefiera el anonimato.

Sin embargo, basta la explicación de los propios cirujanos. El ofrecimiento, dicen, se justifica por el ahorro que supone para el Ayuntamiento: un 35%, que es lo que ellos dejan de cobrar. ¡Vaya! ¿Qué altruismo es éste que justifica su acción (y más en términos de beneficio: el ahorro que...)? Si algo distingue al altruista es que jamás justifica lo que hace y, lo mejor, que no tiene justificación.

De ahí lo razonable de pensar que no se trata exactamente de un ofrecimiento (trabajar gratis) sino de una oferta (trabajar más barato). Y que el objetivo, por decirlo en taurino, no es otro que sentar plaza. Si el Ayuntamiento acepta ahora esta muestra de generosidad cirujana, lo de menos es que se convierta en cómplice de competencia desleal (no es delito, sólo una práctica muy fea). Lo peor es que el próximo año los cirujanos le harán comprender que la responsabilidad es mucha y que hay que negociar ese 35%, más el IPC anual. ¿Cómo no entender al que quiere conservarse anónimo? Ni discreción ni humildad: es lo que falta.