Dice el refranero que los lodos vienen de polvaredas anteriores. Ahora que estamos metidos hasta el cuello en un barrizal, deberíamos recordar aquellos polvos, y, sin embargo, nadie recuerda cómo éramos de ingenuos cuando íbamos de reyes del mambo y tirábamos el dinero que corría alegre por las alcantarillas. Cuando nos prometían Eldorado y lo creíamos a pies juntillas por muy increíble que pareciera. Pasó en esta región con el AVE en tiempos de Ibarra y también en tiempos de su sucesor. Fue lema en varias legislaturas, base de promesas y, sobre todo, plataforma de vanas ilusiones. Siempre iba a estar aunque se pospusieran las obras, los plazos y las ejecuciones y en él descansaban las esperanzas de los extremeñitos próceres y en los de a pie. Defendíamos con uñas y dientes un trazado de línea que, visto hoy, más bien parece un trazado de locos. Nuestro súper tren tenía que pasar por cada pueblo y parar en sitios lo suficientemente recónditos como para que suenen a risa cuando alguien ose argumentar en Europa el motivo por el que dicha infraestructura deba tener obligatoriamente estación en Plasencia, por ejemplo. Conste que nada tengo en contra de dicha ciudad, pero acaban de cerrar los trenes que enlazaban Toledo con Cuenca y Albacete por falta de viajeros, y nada me cuesta imaginar unos vagones vacíos recorriendo el tramo Plasencia-Navalmoral o Plasencia- Mérida. Basta con sumar habitantes y recordar el barrizal al que nos han llevado aquellos castillos en el aire para hacerlo. Hora es de asentar los pies en algo que no sean arenas movedizas para que mañana no resulten frágiles como si fueran de barro. Y las estatuas no vuelvan a convertirse en ídolos caídos.