Las maras las echaron de su país centroamericano; España les ha negado el refugio y ha cursado orden de deportación que las dejaría de nuevo a merced de esas bandas juveniles extremadamente violentas. Ana María y su hija Natalia han querido salir a la luz para denunciar su situación, pero usan nombres ficticios y solo se dejan fotografiar evitando que se vean sus rostros. Si se difunde su identidad o su imagen, podrían ser devueltas a la boca del lobo que a punto estuvo de devorarlas.

¿Cuál fue su pecado? Ana María participaba en la comisión de "equidad de género" en su localidad y promovió una candidatura alternativa al alcalde encabezada por una mujer. El alcalde, que veía amenazado su puesto, azuzó a las bandas callejeras de la ciudad y comenzó una espiral de amenazas e intimidaciones contra ella y su familia. Hasta que presentó su renuncia.

Tenía la esperanza de que la dejarían en paz. Incluso cambió de localidad, pero nada de esto les bastó. La sentencia estaba dictada. En su nueva vida se puso a aprender el oficio de panadera, pero cuando abrió el nuevo negocio no pararon de boicotearlo hasta que se vio obligada a cerrar, agobiada por las deudas.

"Tuve que irme para no poner mi vida y la de mi familia en peligro. Fue muy duro porque dejé a mi hijita de 9 años", recuerda con angustia. Como nadie le informó de que podía intentar acogerse a la figura del asilo, entró como una inmigrante irregular más. Billete de avión, visado de turistas por tres meses y ya está. De licenciada con una incipiente carrera como política local, pasó a asistenta interna en una casa particular. Y aún gracias que Cáritas le consiguió este trabajo.

Novia a la fuerza

Su hija está ahora con ella y no por voluntad propia. ¿Su pecado? Ser hija de Ana María y negarse a ser la novia de uno de los cabecillas de la misma mara que el alcalde lanzó contra su madre. Ella también cambió de escuela para que le perdieran la pista, pero la acabaron localizando. "Los chicos del alcalde me acosaban. Me dijeron que si no aceptaba ser novia de su jefe me matarían a mí y a mi familia. Tuve que salir rápido y empezar mi vida de nuevo", lamenta.

Lo peor es que no saben hasta cuándo podrán seguir aquí. "En febrero fuimos a la comisaría a renovar la tarjeta de solicitantes de asilo y nos dijeron que nuestra petición había sido denegada. Fue un impacto muy fuerte. Empecé a ver lo que habían argumentado y sentí mucha impotencia porque no reflejaba la realidad de mi país, decía que allí hay leyes de protección de la mujer y la juventud y eso no es lo que en realidad se está viviendo", señala Ana María.

Aunque la ONU ha instado a los estados a acoger a personas como Ana María y Natalia que huyen de las bandas organizadas, los convenios vigentes no lo recogen y en eso se amparan los estados como España para rechazar las peticiones.

Ahora acaban de presentar un recurso ante la Audiencia Nacional que tardará años en resolverse. Puede que cuando su situación jurídica dé la vuelta, ellas ya hayan sido deportadas y no estén en condiciones de disfrutarla. MANUEL VILASERO