En los acantilados de Santa Mariña (A Coruña) sigue resonando la caricia constante del mar. Un mar distinto, que tras cada beso deja la negra huella del maldito Prestige . En esta aldea olvidada a orillas del Atlántico, su veintena de marineros todavía limpian los restos de la primera marea negra, mientras reciben, exhaustos, la visita improcedente de la tercera.

Desde el lunes, todas las embarcaciones de la aldea navegan hacia la pequeña ensenada de Pelouro, entre Santa Mariña y Arou, en plena Costa de la Muerte. Cuando la marea baja, el agua, cercada entre rocas, alcanza hasta las rodillas. Es imposible caminar porque un inmenso bloque de chapapote de más de medio metro de grosor cubre la ensenada y sus rocas.

FRACCIONAR Y EXTRAER

Para poder extraer el fuel, los marineros primero deben fraccionarlo. Su actual aspecto es lo más parecido a un masa arcillosa, pero mucho más pesada y pegajosa. Manipularla es un auténtico calvario. "Este chapapote está vivo. No se deja atrapar. Se escurre, se esconde", detalla Angel Martínez Suárez, alias Jeremías .

La ensenada parece un hormiguero de hombres de blanco teñidos de negro. Desde las pequeñas embarcaciones, los marineros se abrazan a la escurridiza masa y sacan trozos de chapapote que dejan en cestos. Uno de ellos estuvo a punto de caer de bruces en la mancha por querer abarcar más peso del que podía sostener.

"Cómo pesa la condenada", resopla Olga Aufiero, que justo este año se iba a enrolar en el percebe. En tierra, en las rocas o dentro del agua, los demás marineros parten la masa con palas. Intentan evitar que el fuel se enganche otra vez en las rocas, donde es casi imposible de arrancar. "Y esto es sólo Pelouro, porque este tramo de litoral está lleno de pozos de petróleo como éste", asegura José Martínez Suárez.

Ni la fortaleza reconocida de los perceberos soporta bien la dura labor de recogida de fuel. Las espaldas, dobladas durante demasiadas horas, terminan resentidas. Como los brazos, que a duras penas pueden arrancar bocados de más de 10 kilos de fuel. Entre tanto trajín se olvidaron de asignar a alguien la labor del manos limpias, el encargado de retirar mascarillas, dar de beber, sonar los mocos y tantas cosas imprescindibles que con los guantes llenos de fuel es imposible hacer.

SONRISAS

En Santa Mariña hay pocos voluntarios. A la una del mediodía desembarcaron media docena de mallorquines. No daban crédito a lo que veían.

Suerte que hay ganas de tirar adelante y sonreír. Hace dos días que los 70 habitantes de la aldea saben que el Ayuntamiento de la lejana Tei (Barcelona) ha organizado una colecta y que les entregará el dinero. "Les hemos dicho si podemos comprar con el dinero una polea para sacar las embarcaciones del agua", explica Jeremías. Están emocionados: "Es la primera vez que nos pasa una cosa así", asegura.