En el toreo querer es poder. Ayer el aforismo se cumplió rn la plaza de Colemenar, pero sobreponiéndose a la adversidad, con eso tan tangible que es el valor y la ambición, Miguel Angel Pereda, cortó una oreja, que bien pudieron ser dos si hubiera ,matado a la primera al toro que cerró el festejo.

El torero de Puebla del Prior, no pudo lucirse en esa faena, en la que debió actuar dando sitio a los toros y enmarcándolos por delante, para llevarlos lejos y por debajo. No se lo pertmitían unos toros mansos y de nula entrega. Pero sí comprendió que había que esperarlo metido en su terreno, con la muleta un punto retrasada, para correrle la mano con suavidad, ello tras aguantar las incertidumbres que le plantearon sus enemigos, especialmente el sexto, que tuvo un peligro sordo.

El primero de Miguel Angel pronto huyó a toriles. Era, evidentemente, un manso de libro, muy deslucido. La faena parecía de las ingratas, porque el torero se jugaba la vida, tal vez para nada. Pero poco a poco, el diestro, fue porfiando, y pudo sacar varias series de gran mérito. Remató la faena con una gran estocada, y pudo pasear una oreja que a las puertas de Madrid le sabría a gloria.

En el sexto dio cuenta Perera de su decisión. el toro no rompía hacia adelante, y su media arrancada sólo se podía salvar esperándole. Ese trasteo mostró a un torero cuajado, que corría la mano con suavidad y trataba de evitar los toques, dejando al toro la muleta puesta, logrando varias tablas en redondo muy limpias. No pudo a hombros, pero dejó Pereda la impronta de torero en sazón.

Ponce tuvo un lote infumable. El primero era un mulo que desparramaba la vista y no tuvo un pase, pues se desentendía de los engaños. Y el cuarto fue aún peor. Uno lleva más de 30 años viendo toros, y jamás, hasta ayer, había visto un animal que pegara un brinco cuando entraba el torero a matar, haciendo imposible meterle la espada. Hubiera ido el toro al corral si no hubiera sido Ponce su matador, quien comprendió que debía andar raudo con el descabello, como así fue.

El primero de Miguel Abellán no humilló jamás y pegaba un tornillazo al final de cada muletazo. Con él anduvo decoroso el madrileño. Y dentro de lo muy malo que resultó el encierro, el quinto tuvo otro son, manso también, pero son violencia, pues iba y venía. Valiente el torero, hubo acople en diversas fases de la faena, pero no pudo pasear un trofeo, al fallar con la espada.