Apagar y encender. Primer mandamiento de la informática. Y de la vida moderna. Porque vivimos enchufados. A los cargadores. A las máquinas. Vivimos en la nube. Hasta tal punto que es impensable hacerse a la idea de que los ancestros pudieran desenvolverse en el día a día sin necesidad de apagar y encender. ¿Cómo era el mundo sin internet? Nadie lo recuerda. Aunque, como en todo, siempre quedan nostálgicos que defienden que época pasada es época mejor. Por haber, hay hasta corrientes que abogan por la desconexión total. No los culpo, en alguna ocasión una se plantea si es mejor pulsar el botón rojo y reiniciar el sistema. En cualquier caso, a pesar de las taras que padezca la vida virtual, porque las tiene, es innegable que la conexión tiene su parte buena. En un solo clic te plantas en la otra punta del planeta. Lo de allí es de aquí y lo de aquí es de allí, en internet no existen las patrias porque las patrias ya no existen, la realidad es global. Y ya solo eso merece su aplauso. Ahí, en ese todo, se mueve José Luis Díaz Reyes (Almendralejo, 1984). Sin esa red que tanto cuestionamos su trabajo no existiría.

Su caso es paradójico porque es en el futuro --ahora mismo presente-- donde se dedica a hablar del pasado. Es un heredero de lo reciente aunque lo suyo son las raíces. Vive a medio camino entre lo antiguo y lo nuevo. En esa delgada línea hace piruetas. Como un funámbulo. Es un ejemplo de que el equilibrio existe. Estudia las piedras, las centenarias, escucha lo que encierran y comparte lo que le dicen en un diario abierto a cualquiera que quiera darse un paseo por el ciberespacio. Y es un guía muy particular porque a él lo que le atrae son las ruinas. Pone el foco en lo que sigue estando pero queda poco para que desaparezca. Usa el altavoz más potente del mundo para mostrar lo que no solemos ver y para denunciar que no se haya visto antes. Busca los rincones más recónditos, los que no se encuentran en las guías turísticas. Porque para los otros ya está la Lonely Planet. Por eso se pasa la vida de un sitio para otro.

Él dice que es nómada. Errante. Un viajero tiene que serlo. Su primera parada, Almendralejo. Allí creció, se acercó a las letras y cultivó un interés a dos bandas, por la historia y por el arte. Segunda parada, Salamanca. Ahí se matriculó en Historia del arte. También siguió a dos bandas, entre el arte contemporáneo y el patrimonio. Como a buena parte de los jóvenes, la crisis también le golpeó y emigró a Londres. Tercera parada. Dice que allí conoció la importancia de salir de la zona de confort y ver como vive la gente en una cultura distinta. Creció con los pros y aprendí de los contras. «Empecé a ver las cosas de otra manera». Trabajó en la hostelería, en una mansión histórica a las afueras y tuvo tiempo de meditar. Ahí nació la web Arte en ruinas. «Fue por casualidad, escribía un diario con los monumentos que visitaba y tenía un montón de material, hice un blog y empecé a subir entradas tímidamente». Entre la cuarta parada, Cataluña, y la quinta, la vuelta a casa, en la que se encuentra ahora, esos diarios han ido creciendo. Y ha decidido centrarse en Extremadura. «Aproveché la vuelta a España para conocer lo que tenía alrededor, empecé a tirar del hilo y la lista era interminable, el patrimonio olvidado era infinito».

Arrancó con la iglesia de San Antonio de Padua. Asegura que si alguna vez ha sentido un Síndrome de Stendhal ha sido ahí. «Entras en la nave y es una sensación indescriptible». Siguió por la ermita de la Magdalena, en Puebla de Alcocer, un templo rodeado por el agua del embalse de Orellana. Se acuerda también de ermita de la Encarnación en Arroyo de San Serván, la de San Jorge en Cáceres o el castillo de Trevejo --en la fotografía--. O de lo que queda de ellos. En este tiempo ha llegado a catalogar hasta medio centenar de espacios abandonados en la región. «Tenemos algo muy valioso y estamos dejando que muera». Entiende que cuando hay que priorizar de lo último que se acuerda es del patrimonio, pero no se conforma. Así que, para combatirlo, se dedica a dar charlas y este año ha cumplido su sueño: publicar un libro. Porque él es de los que sigue leyendo en papel. Como sabía que no podía financiarlo, pidió ayuda a través de su medio, otra vez internet, y abrió una campaña de crowdfunding. Para su sorpresa, sobrepasó los fondos y finalmente lo presenta el 27 de noviembre en Cáceres. Otro ejemplo de equilibrio entre el pasado y el futuro. «Es una prueba de que el libro en papel puede convivir en un mundo digital». Se tiró a la piscina porque piensa que «no hay que esperar a que hagan las cosas por nosotros sino tomar la iniciativa». Porque hay cosas que no pueden esperar.