Fueron 40 minutos, a lo sumo 45, de coloquio reservado, que ya han pasado a la Historia, con mayúscula. Nunca dos papas, o un expapa y el Papa, se habían encontrado pacíficamente. Y eso es lo que sucedió ayer entre Benedicto XVI y su sucesor, Francisco. Hay que retroceder más de 700 años hasta la anterior entrevista entre dos papas: Urbano VIII visitó repetidamente al dimitido Celestino V, pero en la prisión donde el primero tenía encerrado al segundo.

Ayer, el día del histórico encuentro, con dudas sobre el protocolo por falta de referentes, ambos iban vestidos de blanco, con alguna diferencia. Sotana blanca, faja y manteleta el Papa, y sotana blanca sin faja y chaquetón impermeable del mismo color su antecesor, Joseph Ratzinger, que se apoyaba en un bastón. El expapa salió a recibir personalmente a Francisco en Castelgandolfo.

Al pie del helicóptero, se dieron un abrazo cuya imagen quedó inscrita de inmediato en la historia y unieron sus manos durante un rato. Después subieron al mismo coche --el Papa, a la derecha-- y ya en la villa fueron a la capilla, donde se arrodillaron en el mismo reclinatorio. "No, tú allí", dijo Ratzinger, indicando un solitario reclinatorio frente al altar. "No, no, juntos, somos hermanos", respondió Francisco, que le regaló un icono de la virgen de la Humildad.

Después hablaron durante tres cuartos de hora a solas, tratándose de usted, Francisco sentado en un sofá y Ratzinger, en un sillón. Entre ambos, una mesita de centro baja y, bien a la vista, una especie de caja blanca sobre la que reposaba un gran