Uno de los divorcios más sonados que ha estado a punto de producirse ha sido el de la crítica televisiva y el público en el caso Cuéntame cómo pasó (del que se reponen en verano los episodios de la última temporada). Divorcios se producen continuamente entre estos dos bandos, y casi siempre cae derrotada la crítica, mientras que el público, con sus oleadas de adhesiones inquebrantables, levanta y hunde programas sin que la palabra crítica haga apenas mella en él.

Pero en este caso el divorcio no ha llegado a consumarse porque apenas hubo reticencias a su envoltura: es una serie solventemente interpretada y ambientada, un retrato de época más o menos atinado. Sin embargo, algunos han presentado una especie de enmienda a la totalidad a partir de una lectura ideológica de sus contenidos, que supuestamente dulcifican una época ominosa del pasado de España. Nuevamente se encuentra uno con la crítica a la contra, es decir, la que censura no por lo que dice una obra sino por lo que no dice.

Pero Cuéntame cómo pasó , para aquellos que habiendo vivido en la dictadura no hayan soportado sus efectos más que como ciudadanos no comprometidos políticamente, sí refleja la época y sus esperanzas y algo de su amargura. Intenta buscar un equilibrio dramático que permita la expresión de múltiples voces y suscita una nostalgia lícita de un tiempo.

De hacer caso a la crítica habría que revisar, por ejemplo, la edad de oro de la comedia americana y censurar películas en las que no se fustigue al nazismo o no retrate los tiempos del hambre: es decir, por no ser consecuentes con determinada visión histórica exigible al arte. Y esto no es más que un despropósito.