Su curiosidad por el mundo, su inconformismo y su pasión por la naturaleza la llevaron hasta la ciencia. Aunque nació en Barcelona, a los 16 años se trasladó a la localidad de sus padres, Jerez de los Caballeros. Allí impartió el viernes una charla en el IES El Pomar. Estudió Biología en la UEx y tras pasar por varios países, hace dos años regresó de EEUU y logró un prestigioso contrato Ramón y Cajal para trabajar en la Estación Biológica de Doñana, del CSIC. En el departamento de Humedales, estudia la malaria humana. «Investigamos cómo el parásito de la malaria humana mediante mecanismos de tipo epigenético (marcas que se añaden al ADN) alteran la expresión de genes y hacen que el parásito sea capaz de adaptarse y de variar a lo largo de su ciclo de vida». Trata así de frenar esta enfermedad antes de que el mosquito la transmita. Su contrato actual, pensado para alcanzar la estabilidad, tiene una duración de 5 años, pero si no logra alguna de las pocas plazas fijas que salen cada año, el grupo que tiene a su cargo y los recursos «se quedarán en un limbo». Ese es uno de los problemas de la ciencia, la inestabilidad, «una de las razones por las cuales las mujeres se caen en la carrera científica». Los estereotipos y la falta de conciliación tampoco ayudan. «A veces nos llegan a hacer creer que somos menos capaces que los hombres, pero sí que podemos y nuestra labor es fundamental para el progreso de la ciencia y de la sociedad». «Este es un ámbito duro, muy competitivo y si al final no logro estabilizarme, no será un fracaso personal, sino del propio sistema», reflexiona.