Ángel Martín Chapinal es párroco de las iglesias cacereñas del Espíritu Santo y el Buen Pastor, además de delegado de Migrantes y Refugiados de la diócesis de Coria-Cáceres. Su labor es indispensable en la medida en que trata de cumplir con cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. El área en la que trabaja el sacerdote tiene una elevada población inmigrante, fundamentalmente por las rentas de los alquileres, que suelen ser más bajas.

El pastor apunta que «el objetivo es que ellos se sientan parte de nosotros», por eso se organizan encuentros para facilitar la acogida. Una vez conseguido el primer propósito, la tarea se centra en darles un oficio y cuidar su formación, donde se emplea a fondo Cáritas con la realización de cursos adecuados a sus perfiles.

La pretensión es que se integren, que formen parte del barrio, «porque han venido para quedarse y para hacer el bien, que nadie lo dude, para ayudar a esta sociedad muy envejecida, para intentar trabajar», dice el padre Ángel, que es todo menos un cura al uso. Reconoce que a los inmigrantes les está costando muchísimo esa integración por la amenaza del coronavirus. «No tienen un apoyo de la familia y lo están pasando realmente mal», lamenta.

Cada miércoles, hasta que comenzó la pandemia, mantenían reuniones y entre los muros del templo se han escuchado historias escalofriantes y muy tristes porque llegan a Extremadura dejando a sus seres queridos en sus países de origen y arrastrando situaciones complicadas. «Hemos llorado y reído», recuerda. En Nochebuena cenan juntos: ellos y los voluntarios de la parroquia comparten esa fecha tan significativa. Asimismo lo hacen cuando llega la fiesta de la patrona de Honduras o la de Ecuador. «La idea siempre es la relación, si nos relacionamos con el otro perdemos miedos y cuando perdemos miedos hacemos buenas cosas».

A lo largo de este tiempo del mismo modo se han celebrado bautizos, de manera que el hecho de que la natalidad aumente es un dato esperanzador.

Pero, ¿es posible realmente romper las fronteras? «Con el estilo, las formas y las ideologías que tenemos en la actualidad, no. La economía marca de tal manera que la persona no es lo primero y cuando eso ocurre, las fronteras existen», asegura Ángel, que aboga por cuidar «a los desplazados internos», es decir, estamos muy preocupados por los que llegan, los que cruzan el Mediterráneo o se van a Canarias, aunque «hay que tener en cuenta que de los 70 millones de refugiados que han salido de sus países en todo el mundo porque su vida o su familia corrían peligro, más de 40 millones están desplazados en sus propios países: en el Congo, Siria... y eso es una auténtica vergüenza».

Por eso, apela a que los jóvenes piensen en un nuevo estilo de planeta. Solo en Cáceres hay más de 3.000 inmigrantes, el número de refugiados puede oscilar entre 150 y 160, aunque las cifras fluctúan y son difíciles de definir. La mayoría de ellos defienden que la capital cacereña es tranquila y que son pocos los casos de racismo. Eso sí, «hay quien abusa de ellos trabajando en negro». Otro drama.