En medio de la pompa fúnebre, un rostro reflejaba como nadie una profunda soledad y tristeza. Era el arzobispo Stanislaw Dziwisz, el religioso polaco que durante 40 años fue la sombra de Karol Wojtyla. Por la mañana cumplió su último deber, cubrir el rostro de Juan Pablo II con un lienzo de seda blanco antes de que el ataúd fuera sellado. Por la noche, Dziwisz ya no durmió en el Vaticano.

Su marcha del Palacio Apostólico simboliza el fin de la corte polaca que ha acompañado al Pontífice desde la llegada de Wojtyla, en 1978, hasta el mismo momento de su muerte, el pasado sábado, cuando todos los presentes eran polacos, excepto tres médicos italianos.

Todo nuevo papa trae consigo un pequeño ejército de colaboradores. Mientras que Juan Pablo I no tuvo tiempo de organizar su equipo, la familia polaca , llegada de Cracovia, ocupó el espacio que había dejado la llamada por las malas lenguas mafia milanesa , de la que se rodeó Pablo VI.

Wojtyla llegó con el fiel Dziwisz, que ya era su secretario desde 1963, cuando era arzobispo de Cracovia. Con él vinieron cinco monjas de una pequeña congregación polaca, las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús, con la madre Tobiana Sobotka al frente, una enfermera que siguió al Papa en todos sus viajes sin soltar nunca su botiquín de primeros auxilios. Las religiosas eran las encargadas de todas las tareas domésticas, desde la cocina hasta la plancha.

También formaba parte de la corte de Juan Pablo II y también le acompañaron en sus últimos momentos su segundo secretario, monseñor Mieczysaw Mokrzycki, conocido como Mitek ; el cardenal Marian Jaworski, presidente de la Conferencia Episcopal de Ucrania.

Con la muerte del Papa, la corte polaca pierde todo su poder. Las monjas que le sirvieron volverán a Polonia. Los miembros de la Curia seguirán en Roma, pero perderán su influencia. Y a don Stanislaw quizá le espera el retorno a Cracovia, pero como arzobispo de aquella sede desde la que Karol Wojtyla saltó al Vaticano.