Nadie puede negar que Juan Pablo II ha sido un papa que ha vivido y ha muerto en olor de multitud. La prensa nos hablaba estos días de que más de un millón de peregrinos había colapsado Roma y de que una avalancha había obligado a cerrar la cola para ver por última vez al Pontífice.

Los acontecimientos multitudinarios culminaron ayer en el funeral, cuando dirigentes de casi 200 países se despidieron de Juan Pablo II. Todo el mundo lo vio por televisión.

El Papa murió como había vivido. Los viajes papales fueron el precedente de los acontecimientos masivos que hemos podido ver estos días. La accesibilidad del avión y de la TV han hecho posible que la popularidad del Pontífice alcanzara una cota máxima, influyendo en ello el hecho de hacer sentir su presencia incluso en rincones olvidados del planeta donde jamás había sido visto, creando a veces un clima de extraordinario fervor y entusiasmo en masas conmocionadas por su visita.

EXITO CON LOS JOVENES En sus viajes a más de 120 países ha atraído multitudes de millones de personas, lo que nunca había conseguido ningún líder político, religioso, cultural o deportivo. Resulta sorprendente ver que las mayores concentraciones de jóvenes de la historia han sido convocadas por Juan Pablo II: en Roma (en el 2000), con dos millones y medio de jóvenes, y en Manila (en 1995), con una multitud de cuatro millones, algo nunca visto.

¿Qué significado tiene el liderazgo ejercido por el Papa en nuestra era de la globalización? El incremento de la interdependencia en los seres humanos está generando un mundo nuevo, un mundo globalizado. Con el advenimiento de la globalización, el mundo se ha ido haciendo más pequeño, los habitantes del planeta nos sentimos cada vez más cerca y descubrimos que nuestros destinos se hallan entrelazados para bien o para mal de todos. La humanidad se ha convertido en un grupo y como tal experimenta una necesidad nueva propia de todo grupo: la exigencia de un líder global que oriente los pasos de sus miembros hacia objetivos compartidos.

Si el líder no existe, hay que inventarlo. Es decir, surge espontáneamente cuando el grupo lo necesita, lo cual ocurre principalmente en tiempos de crisis. Este ha sido el caso de la emergencia de Juan Pablo II como líder global. Este liderazgo se ha visto favorecido por el hecho de ser el guía de la organización transnacional con mayor implantación en el planeta (1.200 millones de católicos).

EL CARISMA DEL LIDER Juan Pablo II fue un papa carismático, con facilidad para comprender las emociones de las masas, conectar intuitivamente con sus seguidores y expresar sus ideas con esa pasión que brota de la convicción y se hace atractiva. La clave del carisma reside en ser capaz de ser un referente moral, un modelo de conducta para el grupo, una persona en la que se hagan visibles los valores del grupo, que sirva de guía, motor y punto de anclaje colectivo. Ello implica un vínculo emocional entre el líder y los seguidores y a ello contribuyó la cercanía que creó este papa mediático con sus viajes y con uso de la televisión. El líder carismático debe poseer habilidades de comunicador y transmitir el mensaje de forma simple, directa y atractiva. El mensaje de un líder global ha de ser universalista, defendiendo valores con los que todos se identifican, es decir, los derechos humanos, la libertad, la paz. Sólo así puede hablar el líder en nombre de la humanidad.

Este fue el talante de Juan Pablo II: "Hablo en nombre de los que no tienen voz", dijo en un viaje a Africa en 1980. Censuró el capitalismo salvaje y la globalización sin freno tanto ante dictadores de izquierda como de derecha y repitió sus críticas en los países democráticos. Encabezó en el 2003 la campaña del Vaticano contra la guerra de Irak y tuvo habilidad para articular un discurso atractivo para la jóvenes, instándoles a vivir "contracorriente" y no según "la vida fácil y el hedonismo".

´LADO OSCURO´ Pero Juan Pablo II también mostró un lado oscuro . Su rigidez moral y su fundamentalismo le dieron en muchas ocasiones un talante adusto que contrasta con su sonrisa ante las cámaras. Aunque defendió la libertad, se opuso a la liberalización de las costumbres, a las relaciones sexuales sin matrimonio, a la eutanasia, al aborto y a las parejas homosexuales, manteniendo el celibato sacerdotal y apartando del sacerdocio a las mujeres.

Aparentemente, el Papa se puso de parte de los movimientos sociales que luchaban por un mundo más justo y más libre, pero condenó sin paliativos a los católicos que se comprometían a fondo con ellos, como fue el caso de los teólogos de la liberación. Fue un papa calificado por muchos comentaristas como contradictorio, exhibiendo una mezcla de modernidad y de valores conservadores.

Uno de los que mejor ha expresado estas contradicciones ha sido un hombre que las sufrió en su carne, el teólogo Hans Küng, que lo ha acusado de tener dos raseros, de predicar los derechos humanos en el exterior pero negarlos en el interior, es decir a los propios obispos, a los teólogos y sobre todo a las mujeres.

PERDIDA DE CREDIBILIDAD Las contradicciones del mensaje de Juan Pablo II han restado credibilidad a su mensaje y han cuestionado su impacto, especialmente a largo plazo. El papa de viajes multitudinarios corre el riesgo de ser visto por algunos como un demagogo hábil pero efímero o como un experto vendedor de ilusiones.

La humanidad está ahora huérfana de un líder global. Juan Pablo II lo fue, a pesar de todas sus contradicciones, porque la recién nacida sociedad global necesitaba un referente moral y, al parecer, no existía ningún otro líder alternativo. El mundo necesita algún tipo de liderazgo. Surgirá en un proceso espontáneo cuando otro papa, o tal vez algún dirigente de una ONG o un movimiento social, se ponga al lado de los pobres y de los oprimidos en busca de un mundo más justo y más solidario.