Hay quien dice que los militares son como espermatozoides: entre varios millones hay alguno que acaba siendo humano. Yo creo que no. Para demostrarlo les diré que un militar puso ayer las habitaciones del hotel Palestina en el punto de mira del cañón de su tanque y, cuando vio que dos cámaras, uno en el piso 14.º y otro en el 15.º, salían para grabar, apretó el gatillo. Su disparo dio justo en el blanco y nos arrancó al bueno de José Couso.

Los estadounidenses dijeron que dispararon porque creían que había francotiradores en el hotel. Es cierto. Hay 350, que somos nosotros, los periodistas. Los reporteros como Couso son el enemigo que más daño hace a Bush, Blair y Aznar, empeñados en iniciar una guerra inventada. En este conflicto, que tantas ganas tenían de desencadenar, no paran de morir niños, mujeres y hombres inocentes, víctimas que, si la tuvieran, pesarían sobre su conciencia.

Pepillo, Pepiño, Cousiño. A José Couso lo queríamos todos tanto que no parábamos de buscarle apelativos cariñosos. Bajito, hiperactivo, guasón, con las patillas más chelis de Mesopotamia, este gallego sufría cuando veía sufrir y no caía en el humor negro. José era el tipo de cámara que a veces lograba las mejores imágenes por intuición. Donde no llegaban sus ojos, llegaba su olfato. Couso luchaba contra la guerra con imágenes del dolor de inocentes. Porque no hay corazón que sienta sin ojos que vean. Y ustedes, los que han llenado las calles manifestándose por la paz, son el corazón; los cámaras como Couso, son sus ojos. Por eso EEUU le ha matado: para dejarnos ciegos.

Periodista.