Sus finos labios, que desde que tiene memoria han estado protegidos por una barba y un bigote pulcramente recortados, se han mantenido sellados hasta este fin de semana. Dijo que no diría nada, y nada dijo hasta ayer. Pero esos ojillos empequeñecidos por el peso de unos párpados que tantas veces le han protegido del horror no engañan. Y los ojos de Alfredo Pérez Rubalcaba, de un verde claro intenso que aguantan desafiantes cualquier mirada, brillan, y hasta sin querer hablan.

En julio cumplirá 60 años. Mariano Rajoy ya tiene 56. Tampoco hay tanta diferencia. La política es su vida. Nadie le obliga, y practica el oficio con pasión y sin quejarse. Al contrario, se siente un afortunado.

Carrera hacia las generales del 2012

Le encanta la política, aunque hace un par de años estuvo a punto de abandonar la profesión tras un complicado periodo de demasiadas pérdidas familiares inesperadas que le encogieron el corazón y le empujaron a estar más tiempo en casa con los suyos y con su mujer, Pilar Goya. Aun así, en octubre del año pasado aceptó el cargo de vicepresidente primero del Gobierno sabiendo que ese día, miércoles 20 en el calendario, empezaba su carrera con pocos obstáculos para liderar la candidatura de los socialistas del 2012.

Para llevar el largo carrerón que lo ha situado en la posición de ser uno de los hombres más influyentes de la historia de la democracia, tampoco se ha escrito demasiado del Rubalcaba más íntimo y personal. Hace unos meses, el entonces solo ministro del Interior permitió al escritor Juan José Millás compartir un par de días de su intensa vida. De aquella convivencia, Millás sacó un reportaje que tituló con dos frases: ¡Dios mío, volver a La Moncloa! Ya estuve allí y no quiero volver! . Pérez Rubalcaba lo dijo hace solo 10 meses. ¿Mintió? No, en ese momento no quería. Decía la verdad. Se sentía cansado y quería dedicarle más tiempo a los suyos.

Una infección de orina para reflexionar

Pero mucho han cambiado las cosas en el PSOE en 10 meses, y a pesar de la grave infección de orina que en marzo le mantuvo cerca de una semana hospitalizado, ha recuperado las fuerzas y redoblado la ilusión. De su paso por la UCI del Marañón le ha quedado el cariño con el que le cuidaron y las horas que tuvo para reflexionar sobre su futuro cuando la fiebre le concedió una tregua. Y que ya solo se puede fumar un habano al día.

Rubalcaba es un experto en mus. Un ganador. Asegura que no juega, que solo gana. El mus es un juego de envites, engaños y faroles. Y en política, los que le detestan, los que le envidian, que también abundan en la derecha, sostienen que carece de escrúpulos y que haría cualquier cosa por conseguir lo que quiere. Incluso mentir. Lo niega. Sonríe. Y rechaza esa faceta de maquiavélico y conspirador que todo lo controla y que sus enemigos le atribuyen. No es tonto, ni ingenuo. Pero dice tener grandes dosis de dulzura y bondad. La mejor definición sería la de conquistador. Un hombre irresistible que usa su inteligencia como arma de seducción.

Un piropo de Maribel Verdú y una llamada

Hace un tiempo, Maribel Verdú confesó en una entrevista relajada que Rubalcaba le ponía. Como a muchas. Ni corto ni perezoso, el ministro encontró su teléfono y esperó, prudente, unos meses para telefonearla. Ella se disculpó casi avergonzada por la que había organizado. Rubalcaba le confesó que le había encantado y quedaron para comer en un encuentro aún por celebrar. A los pocos meses, el magistrado de la Audiencia Nacional Fernando Grande-Marlaska dijo algo parecido en otra entrevista. Esa vez no hubo llamada. "Me ha encantado el piropo, pero no puedo llamarle. Es un juez, un muy buen juez al que admiro", dijo en una comida.

Durante los últimos años le han atribuido una fama de conquistador y rompecorazones a la que Rubalcaba responde con risas y bromas. No hace mucho, una mujer con la que se citó para hablar de ETA y con la que paseó un domingo bajo la lluvia dando varias vueltas a la manzana del edificio del ministerio, le preguntó cuando se despedían en la escalinata de entrada sobre los rumores que relacionaban a uno de sus hermanos con una prestigiosa detective catalana. "Una tontería más de las muchas que se dicen. Estoy seguro de que, después de hoy, si nos han visto, también dirán que estamos liados". A lo que la mujer le respondió: "Tranquilo, ministro, estoy acostumbrada a que me atribuyan amantes". Rubalcaba le devolvió la ironía: "No compare. Esta vez se trata del ministro del Interior".

El velocista que iba a ir a los juegos de México

Presumido, se cuida de acudir los jueves a su peluquero de Argüelles a que le arregle la barba antes de las ruedas de prensa del Consejo de Ministros. Y, a su manera, ha impuesto su estilo en el vestir. Le encanta y repite a menudo la combinación de pantalón gris, americana azul marino, camisa blanca con rayas azules y corbata también azul, con pequeños topos en otro tono del mismo color. Así contado parece una combinación imposible. Pero en su cuerpo encaja.

Es rápido. En su juventud bajó de los 11 segundos en los 100 metros lisos y estuvo preseleccionado para México-68. Sin embargo, una lesión jugando al fútbol le apartó de la alta competición. De aquella época guarda como oro en paño los trofeos y fotografías en las que exhibe un buen pelo negro, unas buenas piernas musculadas y la barba y el bigote de siempre. Poco queda ya de ese porte de atleta. Con los años se ha ido encogiendo y ese cuerpo casi enclenque gravita por completo alrededor de una cabeza grande y calva.

La vista del interlocutor solo consigue apartarse de su cautivadora mirada cuando inicia su habitual jueguito de manos. Es único y particular. Junta los dedos y golpea el aire mientras habla. Primero una mano y luego otra. De esta manera, asienta sus palabras. No es consciente, pero ya no sabe hablar sin dirigir con las manos las palabras. Y cuando calla, y escucha, hace como si se masticara las uñas, pero sin morderlas. Y se acaricia sutilmente el labio inferior.

Las dos Españas en una sola familia

Rubalcaba es hijo de un soldado del bando nacional que fue suboficial del Ejército del Aire, y después piloto tras entrar en Iberia como mecánico de vuelo. Aunque su padre era aviador, le aterra volar. Pero no tiene más remedio e intenta viajar cuando le dejan cerca del piloto para vigilarle. Siempre cuenta lo mismo: que sabe demasiado de aviones como para asustarse, pero no lo suficiente como para tranquilizarse. Y que, por estadística, ha volado tanto en esta vida que ya le toca, aunque él mismo se corrige advirtiendo de que la primera ley de la estadística es que cada hecho es un hecho en sí.

Su abuelo materno era republicano, y a su padre, como a muchos, la guerra le pilló en el bando nacional con apenas 17 años. No era, por tanto, ni de derechas ni de izquierdas. Era un hombre muy trabajador, como el hijo, hecho a sí mismo, y que al principio no entendió que Alfredo perdiera el tiempo con la política, aunque siempre le respetó y hasta su fallecimiento en el 2005, presumió de hijo.

Un antifranquista de un verbo bastante afilado

Comprometido y solidario, Rubalcaba es un hombre profundamente de izquierdas. Por principios y por convicción. Y a ese discurso de la izquierda recurre habitualmente desde su escaño del Congreso en las sesiones de control al Gobierno. Con su verbo rápido y afilado y su oratoria de maestro ha logrado hacer vacilar a una crecida Soraya Sáenz de Santamaría que en otros tiempos apabullaba con su fortaleza verbal a la exvicepresidenta Teresa Fernández de la Vega.

Rubalcaba llegó a la política desde el antifranquismo. Fue un camino natural que se aceleró cuando la policía mató, lanzando por la ventana de una comisaría, al estudiante Enrique Ruano Casanova. La versión oficial fue que el joven, compañero de colegio de Rubalcaba, se suicidó. Nadie lo creyó. Hasta los 15 años había sido un chaval muy religioso, no en vano había estudiado en el conservador colegio el Pilar de Madrid, semillero de la derecha española, con exalumnos como José María Aznar o Luis María Anson. Alfredo no fue el único retoño de izquierdas que se formó dentro de aquellos muros. Javier Solana --con el que ahora se comunica a través de SMS en los que el exsecretario general de la OTAN intercala palabras en inglés-- también pasó por aquellas aulas.

Tras la crisis de fe, entró en la Complutense de Madrid y allí tonteó con distintos grupúsculos de extrema izquierda. Compartió pupitre con el que todavía hoy es su mejor amigo, Jaime Lissavetzky, candidato socialista al Ayuntamiento de Madrid. Juntos empezaron a militar en el PSOE en 1974, y juntos se enamoraron de dos chicas del mismo curso de Ciencias Químicas. Las dos se llaman Pilar. Desde entonces, no hay año --y ya van 24-- en el que los dos matrimonios --junto con una tercera pareja en la que hay un catedrático de Ciencias Químicas-- no compartan algunas semanas de agosto en el hermoso pueblo de Bricia, que pertenece al municipio asturiano de Llanes. Toranda es su playa favorita. Y cada verano, el periódico La Nueva España de Asturias dedica al ilustre veraneante una crónica social, con algún que otro robado en bañador, en el que el redactor da buena cuenta de comidas, paseos, lecturas, siestas y las partidas de mus en los locales de Niembru, La Parrera y Tlaxcala.