Hace 46 años que las aguas del Tajo ahogaron Talavera la Vieja, pero el pueblo cacereño vuelve a la vida en forma de ruinas cada vez que baja el nivel del pantano de Valdecañas, que ahora se encuentra al 49% de su capacidad. Parece que se resiste a morir a pesar de lo muerto que ya está. Como si acabara de ser asolado por una bomba asoman los restos de un municipio en el que hasta 1963, año de la inundación, vivían unas 2.000 personas, y que hoy tiene su sitio en GoogleMaps.

Era época de dictadura y primaba más la construcción de una presa para la puesta en marcha de un ambicioso plan de regadíos con más de 150.000 hectáreas en la zona que la riqueza patrimonial de la villa que fue romana, aunque su historia se remonta aún más atrás. Fue la antigua Evora la Carpetona antes de Cristo que atrajo a celtas, visigodos, musulmanes, y a los romanos en la ya Augustóbriga en el siglo VI, época de la que datan los mayores tesoros del pueblo, algunos sumergidos. Conocido coloquialmente bajo el nombre de Talaverilla, Talavera la Vieja estaba situada estratégicamente en la orilla izquierda del Tajo, en el camino de piedras que unía Mérida y Zaragoza.

INTERES ARQUEOLOGICO Lo que hoy supondría un delito contra el patrimonio hace medio siglo no era más que una necesidad incomprensible para los casi 2.000 vecinos que vieron sumergirse a su pueblo tras las obras de construcción del pantano realizadas por la Compañía Hidroeléctrica del Guadiana.

El pantano desterró a los vecinos pero no sus recuerdos, sus memorias y sus siglos de historia. Y sobre todo nunca podrá hundir el legado que sepulta bajo sus tierras y en el que existe el interés de arqueólogos que aprovechan la baja cota para realizar excavaciones, las últimas en el 2008. Muestra de su histórico pasado es la aparición de una conducción de agua romana que nunca antes había estado visible y cimientos de otras construcciones de aquella época, que los vecinos vislumbran por primera vez. El agua está haciendo ahora lo que no hicieron los arqueólogos en aquellos años, a pesar de que se realizaron algunas excavaciones antes de la inundación, "pocas, para evitar hallar muchos restos y poder continuar con las obras", opinan los vecinos, dado la certeza de la rica ingeniería romana como depósitos de agua, termas y hornos de fundición. En la zona existen también varios dólmenes, que datan del Neolítico.

Aquel 1963 los lugareños fueron realojados en los nuevos pueblos de colonización del valle del Tiétar: Rosalejo, Tiétar del Caudillo, Barquilla y Las Lomas y otros cercanos como Bohonal de Ibor, Fresnedoso, Peraleda de San Román,.... con unas indemnizaciones económicas que rondaban que rondaban las 20.000 pesetas por persona y la expropiación forzosa de sus casas y parcelas, con unas compensaciones que la mayoría consideraron injustas y que además cobraron tarde. Otros emigraron a Madrid, Barcelona, País Vasco, antes la dificultades de progreso aquellos años.

La agresiva política hidráulica de la dictadura llegó en los años de mayor prosperidad del pueblo, tras la implantación del regadío cinco años antes de la inundación, que permitió el cultivo en 800 hectáreas de pimiento, tomate, tabaco, algodón,... que se alternaba con el secano existente hasta la fecha: cereal, olivar, viñedo; y la ganadería, sobre todo lanar. En estos años en el pueblo entraban anualmente unos 20 millones de pesetas de la época, beneficios para el dueño de las tierras productoras y para sus jornaleros.

De Talaverilla quedan hoy sus vecinos y descendientes, algunos restos hallados en sus tierras y enseres repartidos por otros pueblos (lápidas romanas, bustos, monedas, inscripciones, termas,