Pasear por Mérida con las calles engalanadas de banderines anunciando que el teatro vuelve a deleitarnos con sus obras es una fortuna, que con naturalidad y sin darnos cuenta entremezclamos con nuestras prisas y avatares diarios, aquellos que vivimos aquí.

Detente, cierra tus ojos, disfruta como emérito y ábrelos como ciudadano para descubrir la gran fiesta que comienza, única, inigualable, majestuosa. No es difícil imaginar ahora que, debido a la pasada fiesta de principios de mes, Emérita Lúdica, nuestras retinas aún mantienen la imagen fresca de alguno de nuestros monumentos llenos de romanos ataviados de forma oportuna, a nuestros antepasados, con sus fiestas y costumbres, sus viandas y rituales, los mismos que se dirigían al teatro, una vez que el sol bajaba la guardia.

Hace 2000 años, subirían hasta el cerro de San Albín, para admirar la última reforma del teatro y ver expectantes lo que la veleidad del emperador Trajano quería mostrar como obra en él. Las clases cultas se inclinaban ante tragedias y comedias, siendo el pueblo llano el que prefería las obras de mimo para su divertimento.

Ambas representaciones no estaban exentas de política, de hechos consuetudinarios, con una mezcla de frases baladíes y otras con recarga dura, advirtiendo y recordando quién manda y a quién debemos agradecer este rato de distensión.

En la mano o metido en sus bolsas de piel a modo de zurrón, llevarían un as o sestercio para comprar alguno de los dulces típicos, como la placenta, que era una especie de empanadilla, rellena de miel y frutos secos y que allí se podían comprar, habiendo quién ya lo traía de su casa. El jolgorio, la fiesta y el desbarajuste estaba asegurado, en una época donde la muerte, el sexo y el tiempo, surgían y pasaban sin más ruido que la evidencia de estar presentes.

La religión cristiana vetó esta clase de espectáculos y durante más de 1.500 años el teatro estuvo abandonado, derrumbándose, cubierto de escombros y tierra, quedando visible la summa cavea (gradas superiores) y los vomitorios (entradas) con las bóvedas hundidas. La imagen de Siete Sillas, quedo así bautizada por el pueblo de Mérida, se mantuvo hasta las afortunadas excavaciones en 1910. De ahí hasta hoy, un pestañeo, y entre movimiento de pestañas, podemos disfrutar cada año del maravilloso trabajo de amantes de la cultura, artistas con diferente proyección y ejecución.

Estoy convencida de que Trajano se quedaría embobado al oír la música celestial que emana el violín de Ara Malikian. La concurrencia le aclamaría, vocearía y obligaría a que tocase, hasta que acabaran exhaustos y satisfechos de la singularidad de su persona y su arte. Verónica Forqué y Melani Olivares representarían, seguro, alguna de las obras más atrevidas, y el pueblo llano reiría con estridentes carcajadas, se tumbarían boca arriba, moviendo las piernas, poseídos de alegría sin pudor ni recato. Jose Luis Alonso de Santos, estaría en el peristilo, si volviéramos 2000 años atrás, bueno, y si no nos movemos también, dirigiendo a esclavos y libertos, para que la obra se desarrollara con éxito.

Guiándolos en sus actos y expresiones, dando sabios consejos disfrazados de órdenes. Las matronas estarían al acecho de estos interesantes hombres, siendo para ellas mucho más cautivadores los gladiadores que vencían, por los que pagaban grandes sumas de dinero por pasar la noche con ellos.

No sólo el teatro nos envolverá estos meses de estío, también podemos disfrutar de pasacalles, de exposiciones, de conferencias, del Templo de Diana, de las Termas de Pontezuela, el Alcazaba,... Que disfrutéis como ya lo hicieron quienes sin poder pudieron, y sin saber supieron. La vida es para vivirla con gozo. Y recordad cerrar los ojos y palpar la textura de las piedras, dejando que os envuelva la magia de saber, que hace ya más de dos mil años, ahí estuvo alguien que tal vez compartía contigo mucho más de lo que imaginas. Tempora tempore tempera (Aprovecha el tiempo oportunamente) María José Trinidad Ruiz. www.trinidadruiz.com