Japón no oculta que la cotizada carne de ballena acaba casi siempre en las barras de sushi de Tokio, pero solo después de que los científicos hayan hecho su trabajo (si es que lo hacen, dicen los ecologistas). La caza termina en abril y el producto llega en junio al mercado, y su venta, dice el Gobierno, sirve para financiar las misiones científicas. Pero lo que ha descubierto Greenpeace es otra cosa: ha descubierto que la tripulación de la flota ofrece el alimento en el mercado negro no bien los barcos vuelven de faenar.