Escritor

Reciente aún la exposición de los fondos del Salón de Otoño de Plasencia en el Instituto Cervantes de Bruselas y, antes, la presentación del mismo en el Museo Reina Sofía, se inauguraba el pasado sábado la vigésimo cuarta edición del certamen pictórico con un acto ya tradicional en la modesta vida cultural placentina. Este año, además de los habituales: el presidente de Caja de Extremadura (que viene prestando al premio todo su apoyo y, más allá, todo su interés), el consejero de Cultura (que no deja de viajar hasta el norte cacereño a pesar del mal tiempo, el fin de semana y la 630), el director general de la entidad y, cómo no, el alcalde y su concejal correspondiente, el protagonismo lo ha acaparado un invitado especial, el pintor Antonio López. El acto se celebró en la iglesia de San Martín, el recinto, sin duda, más adecuado para un evento de esta categoría, siquiera sea a costa de que el jurado tenga que restringir su selección. Y ya que hablamos de jurado, el de esta edición ha sido de lujo, un hecho que viene a redundar en la excelencia que el certamen ha conseguido, gracias, como destacó al principio de su intervención Medina Ocaña, al empeño, sobre todo, de Santiago Antón y Gonzalo Sánchez-Rodrigo. Juan Manuel Bonet, Rosina Gómez-Baeza, Mario Antolín, Ruy Mário Gon§alves y Antonio Franco decidieron por unanimidad (doy fe de su acuerdo entusiasta) conceder el premio al pintor extremeño Pedro Gamonal, a su obra Los Ibores, homenaje a Richter (un título, por cierto, sugerente que mezcla, como corresponde a este tiempo, lo próximo y lo lejano, lo ajeno y lo propio, lo natal y lo cosmopolita). Uno se alegra no poco porque conoce desde hace años a Pedro y ha colaborado con él en algún que otro empeño.

Un artista doblado de profesor con el que, como dije hace tiempo, está en deuda la ciudad donde enseña, Plasencia, y los muchos alumnos que han pasado por su estudio del Complejo Cultural Santa María. Entre ellos, un caso excepcional: Salvador Retana, que empezó su andadura artística de su mano y que se ha convertido en uno de los más interesantes pintores de nuestro panorama artístico.

Pero no todo pueden ser bondades en las tardes otoñales de sábado. Era de ver la cara de circunstancias de las autoridades locales cuando Medina volvió a sugerir que Plasencia acogiera en la iglesia de Santo Domingo (debidamente convertida en museo) los fondos permanentes del Salón. La propuesta (que apoya la Consejería de Cultura) es antigua y la parálisis ante el asunto, igual. ¿Cómo puede pensarse tanto una propuesta de este calibre?, se pregunta cualquiera.

La razón es sencilla: en ese mismo lugar, otros quieren instalar un museo religioso. De pasos procesionales, o diocesano incluso. Lo cierto es que el espacio es suntuoso y pide a gritos su definitiva rehabilitación. El ayuntamiento ha decidido a última hora ofrecer a la entidad otra iglesia, la de San Juan.

No hay comparación. En ningún sentido. Para colmo, se perdería la ocasión de salvar Santo Domingo.

Tras el pronunciamiento de las cofradías y de su clérigo portavoz, uno espera también la opinión de la sociedad civil, ¿o acaso no existe?

Mientras llega ese esperado momento, unos y otros, creyentes y laicos, comparten copa y canapé en otro salón, el del hotel Alfonso VIII. Y hablan de las elecciones, que están a otro paso. O de constituir una plataforma promuseo. ¡Malditas murallas! ¡Aire, por favor, aire!