Ha hecho bien la OPEP en su advertencia de que a Occidente no le van a faltar barriles de petróleo suficientes para mantener sus niveles de consumo, porque la producción no se va a detener en caso de guerra. Como la mayoría de integrantes de ese club de productores son conscientes de lo que le va a ocurrir a su socio Irak, el mensaje debería ser tranquilizador, porque aseguran el aprovisionamiento para los próximos meses, pase lo que pase. Ese ejercicio de sensatez de los países que tienen petróleo no ha tenido ningún eco entre las multinacionales explotadoras de los hidrocarburos y sus derivados, que especulan con el precio del crudo aprovechando la incertidumbre ante el conflicto.

Hasta hoy, la cotización del petróleo y sus efectos sobre las economías domésticas occidentales han sido un arma de persuasión masiva para justificar la necesidad de intervención en Oriente Próximo. El argumento se desvanece cuando buena parte de los países de la zona, junto con otros productores de todo el mundo, aseguran que ese suministro está garantizado. Pese a que la OPEP ya no es lo que era, sus socios reunidos en Viena han hecho su aportación a la causa de los que piden una prórroga.