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EL TREPA

TAtlgunos antiguos compañeros y conocidos de Ricardo Veredas que en su día le apreciaron, le ven ahora desde una perspectiva poco entrañable. Piensan que desde su juventud ha sido el típico gregario de políticos excelsos a los que en su momento supo adular para conseguir una posición privilegiada. O sea, el típico trepa.

Sus antiguos amigos de la infancia le recuerdan en el colegio cuando tenían seis años y don Manuel , el maestro, comenzaba a enseñarles a identificar las partes del cuerpo. Ricardo era el único alumno cuya torpeza trascendió más de la cuenta y tuvo que ser tratado por un psicólogo.

Don Manuel le hacía subir a la palestra del aula y le decía: "A ver, Ricardito, levanta tu mano izquierda". Y Ricardito titubeaba, y después de hacer algunos amagos de levantar las dos manos, levantaba una de ellas, que quizá no correspondiera a la que se le pedía. "Ricardito, todavía no sabe distinguir la izquierda de la derecha, vaya con Ricardito", se mofaba paternalmente don Manuel dirigiéndose a los otros niños. Fue cuando pasaron a la siguiente lección, la de conocer los puntos cardinales, cuando Ricardo dejó constancia de una capacidad de asimilación bastante confusa --algunos conceptos los cogía al vuelo; otros ni siquiera llegaba a tocarlos--. "A ver, Ricardito, señálame el Norte con la mano derecha", le pedía don Manuel. Y Ricardito siempre acertaba a indicar el punto cardinal, pero dudaba durante largo rato si señalarlo con la mano derecha y con la izquierda. Esto hizo pensar a don Manuel que el niño podía padecer alguna disfunción psicológica que le impidiera un normal aprendizaje, por lo que recurrió al psicólogo del colegio para que analizara a su alumno y le aconsejara sobre qué método utilizar para enseñarle.

El psicólogo analizó al niño y no encontró en él ninguna anomalía, aunque sí un coeficiente intelectual algo bajo. Sus compañeros de entonces no olvidan aquellas imprecisiones de Ricardo, que a día de hoy interpretan como un primer indicio de ese elástico comportamiento que le llevaría a relacionarse fructíferamente con todo tipo de personalidades importantes de todas las ideologías.

Esa carencia de intelecto la compensó Ricardo con un exceso de astucia. Había leído una frase en un libro que siempre utilizó de proverbio doctrinario. "El poder no lo ostentan los inteligentes, sino los astutos". Y él siempre supo estar en el sitio más aprovechable mediante una conducta camaleónica y sibilina, desviándose a la izquierda o a la derecha según le interesara. Tuvo la necesidad de ser dirigente sindical en su momento; de alardear de convencido socialista entre socialistas convencidos; de coquetear con liberales y conservadores cuando estos tenían algo que ofrecerle. Siempre supo sacar tajada.

Aquel niño de seis años llamado Ricardo Veredas no sabía distinguir la derecha de la izquierda, pero siempre supo muy bien donde estaba el suculento Norte y dónde el empobrecido Sur. Ahora ocupa de forma vitalicia un cómodo silloncito en un despachito oficial.

*Pintor

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