Desde que empezó mi infructuosa búsqueda del conocimiento, me he desplazado hasta el campus universitario en coche. La comodidad del regulador térmico me impedía plantearme las ventajas del transporte público. Pero, tras varios autos de fe con amigos de la causa ecologista, he decidido desplazarme en autobús urbano. Las razones, que espero que sirvan de reflexión, son las siguientes:

1. La utilización diaria de coches provoca altas emisiones de CO2, con el consiguiente deterioro planetario. El transporte público permite reducir considerablemente la contaminación; 2. Si apostamos por el autobús urbano, contribuiremos con los fondos sociales de los ayuntamientos, y el aumento de beneficios congelará los precios del billete. Además, la caída de la demanda de hidrocarburos provocará un descenso del precio del combustible, que permitirán a los agujereados bolsillos estudiantiles asistir al cine a final de mes; 3. El transporte público es un centro social. La soledad del coche se ve sustituida por una algarabía de bostezos a primera hora, y por el rechinar de dientes a última, todo empañado en un aire de interacción propio de los guatuques de nuestros padres. Los más aventajados tienen la oportunidad de aprender idiomas (inglés y francés sobre todo) charlando con buena parte del autobús, formado por estudiantes Erasmus. Los tímidos, con afinar el oído, lograrán una pronunciación óptima; 4. Por último, los preocupados por el incesante avance de su curva de la felicidad, pueden practicar la marcha y el paseo a diario. Si no hay posibilidad de ejercitar nuestro cuerpo a diario, la caminata hacia la parada de autobús es muy aconsejable para mantener el canon de belleza impuesto por las marcas.

Todos son ventajas, salvo la vagancia y el individualismo petulante que nublan al ser humano, impidiéndole renunciar a mínimas comodidades por un futuro común.

César Rina Simón **

Cáceres